10 nov 2008

DESAPARECIDO

Vuelvo a leer tu nombre
en los que no se presentaron:
a la mesa ,
al trabajo.
En los que faltaron a la clase,
en quienes plantaron a la novia,
en los que hicieron llorar a la madre,
y no dieron de comer a los hijos.
En los que no asistieron a su entierro.
Tú te justificas diciendo:
que no fue tu culpa,
que te desaparecieron
¿ Por qué dejaste entonces ?
Torturar tu cuerpo
desmembrarte
calcinarte.
Volarte hasta el recuerdo. En un silencio absurdo,
donde ya no hablan los muertos.
Porque siempre me dices, que no fue tu culpa,
que te desaparecieron.
¿ Hasta cuándo te seguiré buscando ?
encajando los huesos de otro ajeno.
Ya me cansé de mirar las caras a los muertos.
¿ Por qué no apareces para tu santo entierro ?
Quiero la certeza de tu muerte
y terminar mi luto eterno.
Ya de nada te culpo, si culpas tienes
fue la de ser tan bueno,
holocausto para dioses del averno.
Busco, en la arena fina del desierto.
En la helada puna,
en la ciénaga, el mar, infierno.
(No quiero ser un alma en pena buscando)
¡ Jessica, Antonio !
¡ Martín ! ¿ Dónde se perdió tu libro ?
¡ Kenel !, tu sonrisa no la encuentro
son todos ausentes.
Muertos y no muertos.
(No tengo la certeza de sus muertes)
Porque mientras haya memoria que se niegue a
herrumbrarse
mientras haya silencio
que permita escuchar los latidos
de los que vivimos
(Tenemos las certeza de no estar muertos, aunque
de los otros no sabemos).
Y el eco de los que se fueron.
Siempre habrá una lista infame que dirá
DESAPARECIDO.
Mientras no haya piedra que llore
la memoria del nombre
perdido,
ni ojo que vea al
desaparecido
nosotros seguiremos buscando
en nuestros recuerdos
o en el olvido.


Poema de Juan Aranda Company publicado en 'La ceniza de lo vivo'

4 nov 2008

Juan Aranda desde prisión

Recientemente premiado en el concurso Dignidad Humana y Solidaridad. Nos habla de su pasión por la literatura.

http://es.youtube.com/watch?v=dY0WGAp4g5c

"Hipopótamos", el cuento ganador está publicado en

http://www.revistaideele.com/node/367

Poemario

Nueve hombres se han prestado las alas del ave fénix y se han echado a volar. Sus planeos rasantes, urgentes, memoriosos, llenos de ternura, repletos de paisaje, empapados de promesas, reclamos y lágrimas apretadas, colman un cielo que han creado para que otros y otras se asomen y lo vean.

En La ceniza de lo vivo, nueve poetas hermanados por la experiencia política, la identidad ideológica y la condena carcelaria, se encuentran en un mismo espacio para intercambiar y sumar sus voces.

Como en un profuso canto coral, poética tras poética cada uno de ellos eleva una voz que siendo metal también es flor. Metal y flor la ausencia, el amor, el exilio, la tortura, la muerte, la lucha, el espanto, y la memoria, siempre la memoria: ésa, que estos hombres han retratado a fuerza de viento interior para no perder el camino que los devuelve a ellos mismos.


A FLOR DE PATRIA

a los caídos por la verdad

Yo vivo extasiado y absorto con este cielo,
este cielo donde amanece la ternura, el amor, la
esperanza, cielo de mi patria, árbol que nace invencible
como abrazando el mundo, solidario.
Patria de mi ser azotado, te pertenezco en cuerpo y
alma. Ay, perú intenso, con minúscula, así siéntote mío.
Ay, amanecer de mi cuerpo confinado
cómo descender de la frente agrietada
si aún se vierte sangre, si aún la espiga del alba muere
si al niño que soñaba con el mar
le arrancaron a puntapiés la infancia
si al hombre que soñaba con el mar
le arrancaron a puntapiés el padre
si a la mujer que soñaba con el mar
le molieron a puntapiés las entrañas.
Pero yo no quiero esa otra patria hipócrita
mujer
no, no es mi madre, no pretenda que le crea
¡Quiero mi patria! ¡quiero mi madre!
perú elemental
el hombre humano está subiendo del polvo
restituyéndose a gritos
cada noche ríos de cadáveres atraviesan,
ceremoniales,
convictos de vivir, por las callejas del fuego extinto
Y tú, tierra, tú no sabes como se pudren los días en la
boca
ya la imagen de la espalda desollada
se pierde en las piedras
y la sed avanza y repta y calcina el corazón

Dame un cielo donde amanezca sin premura
donde no sea tarde la madrugada,
donde nadie diga, aterrado: ¿y ahora quién nos falta ?
y nos miremos aterrorizados, los unos a los otros
no, no quiero un cielo oscuro
donde nos estalle sarcástico
el odio que teje odios, leyes, cárceles,
la venganza que asesina el amor
la impunidad del cuchillo carnicero
Quiero la verdad pura e irresistible de una niña
la pureza de una rosa
el rocío que baña la hierba
ay, patria del amor y patria de los ríos sin tregua.

Gustavo Caycho Saldías (del Poemario colectivo "La ceniza de lo vivo")

2 nov 2008

El regreso de Lucila Ccorac



Como si una gigantesca mano me cerrara el paso me detengo, sin tocar aún la puerta, frente a mi casa. Todo parece en ella tan distinto, que hasta su espacio está como encogido en la noche, como si no existiera, como si yo tampoco estuviera frente a su pared de adobes, a su forma de antaño. Un punto en el inmenso terreno conquistado por emigrantes ayacuchanos peleando por un techo. Aquí he de reencontrarme con los que amo.


Ahora que he vuelto (¡diez años!) ya no soy la misma. Y la que fue mi morada previa, Yanamayo, es esto: una obligada permanencia en las alturas que roza, desde su fría dimensión, el cielo y el infierno, la aniquilación y el optimismo, la fuerza y la debilidad. Pero qué otra cosa podría ser sino eso: Yanamayo. Una esfera de tiempo y frío siempre idéntica a sí misma, que rueda buscando aplastar la vida, triturarla de a pocos. Ahora, Lima me ha parecido una vieja antena curvada sobre los esplendores ofensivos de unos pocos, contados, que lo tienen todo frente a los contrastantes anillos polvorientos adonde he llegado, con la vida que no se agota. Y cuando veo la pampa que casi no ha cambiado, recuerdo la vida que viví sin vivirla del todo en el lejano presidio, su arquitectura aniquiladora, sus muros levantados para la iniquidad y el escarnio; los cantos de los prisioneros en el alba, los himnos de los presos políticos en el crepúsculo. Pero antes, recuerdo la hora casi remota en que me llevaron en un carguero militar de un verde de muerte, convertida en un costal con papas que tiraron, ¡puaf!, unos kilos simplemente que tiraron al piso, boca abajo, tiritando, hasta el alma, para luego cruzar la cordillera por los aires, y yo sobre otros y uno sobre mí, ahogándome por la presión, haciendo tintinear las cadenas que muerden mis muñecas y los tobillos entumecidos. Y en los momentos más intensos no dejaba, sin embargo, nunca de volver con la memoria a mis tesoros: Rosaura, Marita y Juanito. ¡Hola, mamita! ¡Hola, mi vida! Ellos entraban como la luz a otra luz, como ahora entre las rejas fantasmas de la memoria que me trae de nuevo la profunda noche que cae sobre la planicie desolada de la puna; ahí, Lucila Ccorac borda un tapete, con una rosa que se abre, una espina que no hincará a nadie, pensando en ellos, los hijos ausentes, a poco de llegar al penal, pero ¡qué rabia!, cuando recién había empezado, me dejo descubrir la aguja, pagando así mi distracción y la inexperiencia con la mezquina incautación de mi única herramienta. Se han llevado la aguja preciada, el hilo rojo, la tela beige... Es la primera requisa de la policía de Yanamayo. Habrá otras más. Y ahí escuchas unas palabras de aliento: Tienes que ser fuerte, madrecita; lo mejor que puedes hacer por los tuyos es sobrevivir aquí, mantenerte sana y aprender... ¿Qué cosas?,dije.Sí muchas, me contestó la voz de la celda del lado. Ahí encontré que los prisioneros siempre estudian y discuten sobre la contradicción en todo el fondo de las cosas, desde una rosa hasta el universo, de lo más chiquito a lo más grande. Luego, aprendería a entender yo también, con el correr del tiempo, a ver dónde había que dar una solución para la marcha de los acontecimientos, aun la más simple, la que nos hace más humanos entre lo humano; cada uno en su orilla, pero más humanos; cada uno con sus cosas, pero más humanos. Y luego, dónde darle la estocada a la estupidez, al pesimismo del hombre, a la miseria que lo corroe, al hambre que lo estrangula desde todos los vértices que le apuntan sin sosiego. Todo, todo iría comprendiéndolo. Pensándolo bien, la mordaza, el silencio que te imponen desde dentro o desde afuera te crea una libertad mayor y es para que se expresen mejor del todo la voz y el alma, la vida misma, más libre. Y en esto lo de la cárcel no todo es negro, siempre hay una luz por más tenue que parezca y, eso sí, hay que saber ensancharla; tampoco todo es brillante; ni el todo es todo. En resumidas cuentas, todo en la vida parece empezar de nuevo –se empieza de nuevo, ciertamente-, y en el fondo hemos nacido para tener que empezar de nuevo desde donde estás, desde donde has llegado, aunque fracases, para ser otro, para entrar como arena deleznable o como torbellino en el futuro, en esa visión intensa de la humanidad libre que hay que saber tejer desde ahora. Pero qué digo. El hombre aprende al sufrir, y, hablando de conocer, pude ver en mí misma, en mi cuerpo y en mi mente lo que nunca podía haber mirado o sabido de otro modo, a no ser en más tiempo y, desde luego, con otros resultados. Pues bien, a mí me detuvieron el 90. Fujimori ya está en el gobierno. Era una semianalfabeta, aquella mujer poco leída que llegó al penal sin saber a dónde, a qué sitio, a qué lugar en el espacio, a qué tumba en la patria; es más, quien también, con el tiempo que todo lo madura y hace crecer, aprendería con mis cincuenta años a cuestas a leer en los hombres, en la vida y en los libros y a escribir mejor, pensar mejor porque así lo quería, voluntad con voluntad, y porque no me faltaron, eso sí, maestros que solícitos y pacienciosos me llevaron a descubrir en poco tiempo un libro, los cuentos que tanto prefiero hasta ahora y sobre todo si van ilustrados estos, porque siempre recuerdo que Rosaura desde tierna me llenó las paredes de la casa con flores, el sol saliendo amarillo de los cuadernos, las caritas del mundo, y los patitos, ¡aquellos patitos!, y yo comparaba cada figura que hacía mi hija con los trazos indelebles de la vida misma. Así fue que la compañera Julia, en la cárcel, me decía: Rápido aprendes madrecita, parece que tus cualidades contenidas recién brotaran, y que tú eres buena para darle a los libros, a los dibujos, un poco a todo. Eso es bueno. Y pensaba yo que eso sería porque antes no me alcanzó el tiempo, porque desde niña tuve que trabajar, pues, en la chacra, en la casa del Gobernador del pueblo; luego con Venancio, mi marido, ayudándole en el almacén más grande de los Gamarra hasta el accidente donde murió y que mi compañero me dejó sola con mis hijas y tuve que tener ahí que seguir yo en otros distintos oficios, sola, terminando por parar en la hacienda de Ayzarca, hasta el día en que irrumpieron hombres armados y repartieron el ganado del hacendado en medio de himnos y consignas, y yo también, terminé llevándome allí mi becerrito (que después sería la causa de estar corrida), viendo en la noche desde el cerro cómo quemaban mi casa los uniformados, y, entonces, ahí decidimos marcharnos sólo con nuestras ropas puestas; los paisanos, los comuneros tuvimos que huir a Lima por Nazca, por Pampa Galeras, por Pisco. Hay que salir de aquí, nos dijimos; los yanahumas vendrán y matarán, robarán y violarán a nuestras hijas, desaparecerán a nuestros hijos, todo, todos a Lima; adiós taita Nolasio, adiós doña Antuca, nos estamos yendo, adiosito a todos, bajaremos con nuestra ropita, nuestros centavitos, a pie, en mula, en carro, todos, todos, quemarán, destruirán todo. Así fue. Así quedará registrado. Desaparecieron al pueblo, lo arrasaron todo. Así fue que llegué a esta Lima en donde me dediqué a la venta de comida sobre una carreta, con mis hijas, atendiendo a mis comensales que eran más los del barrio y los de más allá, los albañiles, los maestros en construcción, los obreros, los madrugadores y los nocturnos que no faltaban nunca, y, como esto no bastaba, pues lavaba ropa yendo a casas, y en las tardes vendía en la puerta de mi casa algunas frutas, pero más eran las frutas que se malograban que las que se vendían. Aunque ahora creo mejor que haya sobrado, porque ahí nomás comenzaron a frecuentarme los amigos de mi hija mayor, de Rosaura, mientras me hacía yo también amiga de ellos, de los jóvenes conversadores que llegaban a nuestra choza. Pasaron dos años. Dos meses. Semanas. Días. Noches. Y los muchachos, cada vez más familiares, más de uno casi de la casa, que se dio tanto de eso de: Mamita, una porción de chanfainita, ya, ya, cómo está usted; qué dice el negocio; qué novedades por el barrio, bueno, bueno, y así cada vez esto, lo otro, toda una encarnación de buenos chicos, qué alegres y qué correctos, qué hormigas para los trabajos, y ahora que lo pienso, fue lindo, más natural que lo normal, la vida misma, el mundo tal como es. Así, la llegada de los muchachos en las madrugadas o de improviso, en cualquier hora, cualquier día, cualquier noche, ya no fue un problema. Más bien los esperaba, encariñada ya!, eran como de la familia y hasta me molestaba entonces si no aparecían. Muchas veces se quedaban, se iban al clarear la mañana sin que nadie los sintiera, como sombras celestes. Y mi hija parecía ser otra en ese entonces: más comprensiva: esto no es así; esto sale mejor si lo haces de este modo; se hizo, más ordenada. Primero lo principal, después el resto, decía. Su disciplina hacía la vida del hogar pobre más soportable y más humana que nunca tal vez. Y sus trazos (me olvidé de decir que Rosaura estudiaba en Bellas Artes), sus dibujos se iban haciendo más seguros e intensos y yo los contemplaba con mis ojos de mirar y mi corazón de sentir lo nuestro, el sufrimiento, la penuria inacabable, el arenal ardiente de los dolores, se pintaba en la tela, y para que las cosas sean más bellas, decía, deben poseer el color que sacude, el contenido profundo que te conmociona, elevándote, elevándonos, y no escatimaba sugerencias, tal o cual modificación o agregado, y allí conformamos un equipo tan integrado para que ella pudiera plasmar en sus bocetos lo que ambas sentíamos de la existencia, de nuestra vida nueva que se iba abriendo en la pobreza. Pero allí nomás, luego de esos dos años, un día detuvieron a los cuatro muchachos y a la muchacha bonita que me frecuentaban. Esto lo supe por una nota que esa noche de la detención con alguien me envió Rosaura, a la casa, no sé, con quién envió, no podría precisarlo, desde algún lugar, y que me la leyó Marita, mi otra hija, donde mi hija me decía que quemara los escritos que guardaba en su cajón junto a sus dibujos, bajo la cama. Los encontré, allí estaban los papeles, dormidos. Cuando hacía cenizas de tantas letras, tan menuditas que me confundían la vista, tocaron duro la puerta y me encimó el allanamiento. Todo fue pateado: la mesa, las sillas, mi hija menor que descansaba, y a la vieja pendeja, como me dijeron, le dieron golpes. Ahí fue que tasajearon esos energúmenos mis viejos colchones, los únicos, desgarraron cada ropa de Rosaura para ver si escondía allí dentro algo que no sabría decir qué podría haber sido. En fin, me apresuraron: Rápido, rápido, carajo, no se haga, dijeron o mejor gritaron, quisieron después que todo lo pusieron al revés, que firmara yo una hoja blanca, más acusadora cuanto más blanca (y esto lo sabría también más tarde ¡Qué no sabría además de otras cosas de la policía más tarde!). Como apenas sabía leer y escribir, dijeron que pusiera nada más que la huella digital, ponga aquí, dijo el más liso, levante el dedo, nos acompañará para aclarar, oiga. Pero lo que sé que me aclararon ellos fue que esa noche me golpearon como nadie nunca antes lo había hecho, culatazos en la espalda, en la cabeza, diga la verdad, mierda, golpe en los brazos, arriba, abajo, en la cabeza, en el vientre, y patadas en la pierna hasta revolcarme y yo nada que decir.


¿Qué quemabas, vieja pendeja? –dijo todavía uno que zamaqueó. Yo qué podría haberles dicho, y qué es lo que había dejado de decirles con tanto golpe de uno, de dos, que opté por callar todo, y ya que los verdugos, por cada respuesta chica o grande, más patadas me daban, entonces, allí me dije: mejor me callo, así está mejor, que más bien venga la muerte y que el Señor, que debe estar viendo todo, si es que existe, proteja a mis dos hijas y a mi nieto, hijo de Rosaura, el Juanito y sus cuatro años. ¡Hola, mamita! decía. ¡Hola, mi vida!, yo le respondía al dueño del futuro. Ahora te veré, hijo.


Vino después la “ investigación” policial. Los grandes titulares de los periódicos:¡ Hallan arsenal en casita de esteras! Una ambulante lo escondía! Luego el “juicio”. Insistieron en preguntarme cada rato sobre Rosaura. Dónde está. Tantas cosas hablaron de ella que hasta dijeron: Es responsable de Propaganda del Partido. Ella hace los afiches con puños elevados y fusiles. Que yo había hecho bien en aceptar los cargos de posesión de explosivos, que en la cama hallaron cuatro cartuchos; que en el ropero había abundante propaganda subversiva; que en el viejo sacón de Rosaura había un revólver calibre 38 (¿y cuándo yo acepté todo esto, sí nada había?), y allí nomás, como la cosa más fácil del mundo, apurados, (¿a dónde iban apurados?), me pusieron diez años, dizque por colaboración, ¿colaboración?. ¿Mis frutitas sobrantes?, ¿el plato de comida?, ¿el suelo sin colchón de mi casa? Y todavía me preguntaron ¿Está conforme con la sentencia? ¡Qué gracia, señor Juez! ¡Diga usted sí o no! ¡Qué voy a decir sí! ¡Manam! ¡Responda usted como se le está pidiendo! Juicio sumario dicen. Y se cerró el bendito juicio como se cierra un portón en la oscuridad, y entras en el infierno, así de fácil.

Esa noche en mi celda lloré de rabia y hasta fiebre me dio, pero las muchachas de Canto Grande me dieron valor, ese valor cosechado en la lucha, con la vida que llevaban en la punta de los dedos, y con los días supe ganar la pelea de mentes a aquellos gallinazos, a esos de la DINCOTE, a esos del Fuero Militar. Así una vez me sacaron a la Dirección del Penal para decirme: Tú hija es una desalmada porque no te visita; dinos dónde está (¡Ay, Señor, váyanse al demonio!). Mi Rosaura, si hubiera venido, también la hubieran detenido; eso es seguro, como dos y dos son cuatro, les dije. Quizá como queriendo revivir los últimos momentos con ella, se me dio por dibujar aquellos días, a escondidas, poco a poco con otra voluntad más grande y más clara, con las manos cada vez más firme y de pronto me encontré ante maceteros, jarras, frutas que salían de mi esfuerzo. Luego, ya retratando a las chicas, sus rostros en sus tareas cotidianas; a los campesinos como en mi niñez; a los obreros marchando en las calles. Claro, no eran perfectos, pero había que atreverse a hacerlos mejor cada día. Éramos cinco mujeres que pintábamos: Yo, la mayor, imbuida de fe en los carboncillos, los pinceles, las cartulinas y los colores. Así hasta el día en que nuestro pabellón fue bombardeado, ametrallado, ahogado en la humareda de incendios y gases tóxicos. Ahí tuvimos que amortajar con cantos a tantos jóvenes en cuatro días de resistencia (mayo), que al final, tendidas en la tierra (era mayo el mes), nos pisaban y nos llamaban una a una... Vieja, ¿qué has estado enseñando a las otras? (era mayo el mes, y 92 el año, imperecedero). Ahora te mandamos a Yanamayo, terruca. Y ustedes, los que este relato leen, ya conocen cómo fue esa historia. Hecha un costal, el aislamiento que te aplasta, el frío, la lluvia que hacía crecer el musgo en los patios del penal y los días que por ellos caminé (¿cuántos fueron?) Podría calcularlos, pero prefiero hoy destacar el mañana. Sobre lo sucedido, ya nada puedo hacer, pero el futuro está aquí, frente a mí y es hora de afrontarlo. En el tiempo no se espera, se hace el camino.


Tanto rato, por fin toco la puerta, y tardan en responder, ¿cuánto habrá crecido mi Juanito? ¿Me reconocerá?, me digo. Mi corazón grita de emoción. Me distrae un tropel de niños que llegan para jugar en la pampa bajo la luz del foco mortecino de un poste. Ahí, la puerta se abre, ¿a quién busca?, me dice una anciana, desconocida para mí. A mis hijas, le digo. La mujer contrae el rostro, me mira con un sentimiento de culpa o extravío. Luego adopta una expresión severa y me sentencia, definitiva: aquí no viven. Pero por favor... me da un portazo ante las narices. Mis ideas vagan ahora en un espacio y tiempo indefinidos, buscando un sostén como una barca a la luz del faro que la desancle de la borrasca. Los abrazos están para siempre frustrados, ¿dónde están? Me aturdo a pesar de sentirme dura. ¿Dónde están si no están aquí? Diez años, me digo. Todo podría haber pasado, ¿pero qué ha pasado? ¿Es mi casa o no es mi casa? Dudo. Estamos sólo yo y el silencio y la noche ominosa. Habrán visto algo raro, los mocosos detienen, entonces, el juego y se acercan. Me rodean, me miran. No los conozco. Siento que soy una extraña en mi propio barrio. No sé si son las miradas inocentes que me conmueven o mi propio sentimiento contenido, pero mis pupilas comienzan a humedecerse. De pronto, ¡comadre!, oigo una voz aguda que llega desde el zaguán contiguo y cada vez más próxima, con la sombra que se acerca ¡Comadrita!, le grito, sin poder contenerme. Quién diría que hay momentos en que una vuelve a ser niña y busca el arrullo placentero tal como me lo están dando estos abrazos ¡Venga, comadrita!, dice ella. ¡Ay, las dos después somos llanto nomás! ¡Venga a mi casa! ¡ Otros ocupan ya desde tiempo tu casita! ¡Venga!, dice y entramos. Allí están los viejos muebles cobijados por la sala precaria pero serena, las cosas aguardando a nadie con esa silenciosa dignidad de los objetos al ser retratados en un cuadro, que no cambian mucho si no manteniéndose o destruyéndose, yendo a ser lento polvo y abandono rutinario ¿Cuántos años?, oigo hablarme. Y Paula, con quien converso, veía sin ver las cosas de su propia casa. Parecía recordar el día de la detención de su vecina y comadre, los empujones con los carajos hirviendo en los oídos de todos mientras se escuchaban los aparatosos disparos y el despliegue policial que llenaba el espacio de las casas desde donde reflejaban la escena huidizas miradas en la noche amenazante. Es cierto, que de eso han pasado años y cosas y hechos y fatales noticias...
—¡Paulita! ¡Qué vida! ¡Todo lo que nos pasa!
—dije.
—Pensaba sobre ciertas cosas, los mal sueños de esos años, Lucila —me dice.
Y la conversación se extiende largo rato, atrope-llándose las palabras en los labios debido a la emoción y a tantas cosas que tenemos que decirnos ahora y que pugnan por salir sin orden, sin cronología, cortándonos una y otra vez para chisporrotear como si no fueran memoria, como si no hubieran caducado en su significación. Para Paula Avendaño, viuda de Restauración Mallqui, asesinado el 19 de junio de 1986, en El Frontón, parecen agolparse nuevamente en sus fibras íntimas los invívitos y condensados efluvios de aquellos tiempos bélicos, vertiginosos y cruentos de los 80. Ahora, está mi comadre para responder, no sabe cómo, lo que han sido los destinos de mi Rosaura, de Marita y el Juanito. Y ahí habla Paula como midiendo distancias:
—Ah, te digo que a Rosaura...a ella no volví a verla más, luego que la cogieron, casi al año que a ti. Yo fui de dependencia en dependencia, preguntando, tratando de saber qué era de ella, con esa preocupación que tú me conoces. Ya que Rosaura era mi ahijada, cómo no haber indagado sobre suparadero. Llevándole la ropa que conseguí, algo de comida; pero, nada. No pude saber más de ella, hasta ahora...Sabíamos de ti, que te llevaron a Yanamayo, pero, ¡qué podíamos hacer!, no se te podía visitar, había tantas trabas. Tú estás de regreso, pero Marita y Juanito se volvieron a Ayacucho, no sé...


Se escucha un sollozo, la impotencia que ya no puede detenerse, como si se quebrara algo dentro de mí. En el fondo no sólo yo sollozo ahí, sino, ¿cuántas madres, cuántas hermanas y otras tantas esposas? Y pienso en las tantas mujeres que somos juntas.


Rosaura, ¿dónde está? Viva o muerta, pero ¿dónde? Si vive, no queda sino su regreso, la vuelta de mi hija algún día; si muerta, queda el sepultarla como se debe. Aquí Paula, viendo que pienso en algo, se levanta y me abraza y dice que ya es tarde para tantas penas y tantas alegrías, que empieza la madrugada. Efectivamente, cómo han pasado tantas horas. Bueno, le digo, dormiremos un rato en lo poco que queda de la oscuridad, pero eso sólo para comprender mejor el derecho que nos asiste de seguir cambiando el mundo, la vida. Aún queda mucho por hacer.

Y, entonces, afuera, en el aire libre y celeste se escucha el primer canto del gallo.

Cuento de Carlos Cama publicado en "Desde la persistencia" - 2005

El mundo está cambiando



Era un cuervo de alas negruzcas y graznar chillón, eximio volador pero arrogante; creíase superior a otros animales y desdeñaba, en especial, a los pequeños.

Desde el norte volaba aquel cuervo y a todo lugar miraba -¿Dónde podré vivir con holgura?- se preguntaba el aprovechado. De pronto avistó un letrero que decía: “País de los insectos”. El ave contenta exclamó ¡Aquí está lo que quería!

Por el aire zumbaban las ovejas, en la tierra trajinaban las hormigas y, por un coposo y alto manzano, algunas orugas ascendían. El cuervo que estaba hambriento dirigióse hacia él y cuando degustaba un fruto descubrió una oruga de avanzada que subía lenta y segura, mediante ondas contráctiles.

-¡Oye!¿Qué haces?- preguntó el cuervo curioso a la oruga.

-¡Quiero conocer el mundo!¡Quiero ver todo, con amplitud, por eso intento alcanzar la cima de este manzano!- contestó la oruga

-Pero qué desdichada eres, sólo puedes arrastrarte, en cambio, yo, tengo el mundo a mis pies, puedo poseer cuanto deseo, para eso me basta solamente desplegar mis hermosas alas.

La oruga, sudorosa por el empeño puesto en cada paso, se detuvo y respondió: Cada uno desarrolla sus propias cualidades, pero también tiene sus limitaciones; por tanto, no hay de qué envanecerse.

Pero el cuervo que no era nada modesto continuó presumiendo hecho un fatuo: ¡Sólo digo la verdad! Limitaciones no existen para mí. Puedo volar libremente y elevarme por los cielos, explorar países lejanos y conocer el mundo entero – y en tono burlón agregó- ¡Me apena que no alcances a ver más allá de tus narices!

La oruga percibiendo que el cuervo no infundía ninguna confianza sino rechazo y antipatía repuso: Antes estuvieron de paso aquí algunas aves, pero nunca hubo ninguna tan molestosa como tú.

El cuervo, entonces, le gritó casi en la cara: ¡Mírame gusanillo mugroso!¡Puedo elevarme más alto que tu manzano!- Pegó un salto, dio volteretas, voló en picada, planeó e hizo otras piruetas. Regresó satisfecho a pavonearse: Tienes que reconocer mi superioridad. Soy estratosférico, el más fuerte, el más diestro en el aire, el de más bello y reluciente plumaje, y ...¡Siempre será así!

La oruga respondió serena: Si compitieras con otras aves de seguro habrían mejores que tú. Aquí te vanaglorias, pero no eres gran cosa. Además recuerda que el universo está cambiando siempre, todo se transforma y alguna vez perderás tus...

¡No! ¡Cállate!- interrumpió el gaznápiro erizándose - ¿Por qué quieres alterar el mundo? ¡Las cosas deben permanecer como están! ¡Tú siempre arrastrándote, y yo siendo el más hábil volador! ¡El mundo siempre ha sido así y lo seguirá siendo! ¡Jamás podrás superarme! – Y haciendo una mueca de desprecio echó a volar.

La oruga al verlo alejarse se preguntó: “¿Por qué este cuervo se empecina en mantener inalterables las cosas? Él mismo, como toda ave, empieza por ser un huevo; ahora es un cuervo diestro, pero mañana no será el mismo. Eso observé con asombro hace un tiempo al ver nacer unos inquietos gorriones. ¿Por qué difundir falsedades?, si la verdad resplandece como la luz del sol”

¡Necio!- dijo para sí. Luego siguió escalando por el tallo principal, dedicó a esta épica aventura interminables días que le permitieron hacer varios descubrimientos y aumentar su saber.

Un día sintió golpes húmedos cada vez más intensos.- ¿Qué es esto?- se inquietó y al poco rato estaba empapada. Buscó refugio entre las hojas hasta que la lluvia cesó. Al cabo pudo escuchar el bramar de un río donde antes sólo existía un cauce silencioso y seco.

De pronto percibió un aroma exquisito mientras escalaba.- ¡Qué hermosa luce esta flor!-dijo. Pero en los días siguientes aquella flor dio paso a un redondito farol verde terciopelo, antes cautivo en los pétalos radiantes, oculto todavía al mundo: ¡He aquí la futura manzana!- pensó. Todo aquello reforzó su convicción: Nadie puede negar que todo cambia.

Después de mucho trabajo alcanzó la cima del árbol y observó con emoción el bello paisaje, las próximas llanuras esplendorosas bajo el sol cercano. Nada de eso conocía antes, ahora ampliaba su visión. De hecho era superior a la de cualquiera de sus hermanas orugas y, entonces, deseó que todas pudieran también conquistar estas alturas y ver un mundo nuevo y profundo.

Sin reparar aún en el cansancio que le había causado el ascenso, hiló con esmero una diminuta casa protectora y cubrió todo el contorno con ramitas y hojas.

Más tarde, ya fatigada y exhausta, cayó en un sueño profundo. Soñó entonces que los pequeños riachuelos transparentes crecían y desbordaban su cauce en el recorrido, que los árboles resecos reverdecían un momento y se llenaban de frutos: que los pajarillos recién salidos del cascarón eran indefensos y torpes al comienzo, pero luego, al crecer, se atrevían a volar por el espacio infinito. Todo vio y se dijo más segura: ¡El mundo se transforma pese a que algunos no lo desean; lo ven pero no lo quieren ver!
Este sueño pleno de movimiento, estuvo acompañado asimismo de convulsiones y fiebres; algo le ocurría: dolores profundos punzaban su cuerpecito y un fuerte adormecimiento paralizaba sus miembros. En eso, una última y más fuerte sacudida la despertó.

Reponiéndose, y más calmada, pudo ver un hermoso amanecer: el sol fulminaba con sus rayos tibios la vasta y majestuosa extensión de la tierra y los hombres; las nubes, tímidas, se disipaban en la inmensa claridad celeste.

Se sintió extraña, distinta. Quiso desperezarse, pero cuando intentó estirar sus patitas, se extendió una colorida ala a cada costado. Quedó extasiada con el rojo y el amarillo de sus hermosas alas y con los vistosos puntitos que matizaban su abdomen.

Su cuerpo ya no era el mismo. Toda ella se había transformado. Ahora convertida en una bella y fulgurante mariposa, sintió irrefrenables ganas de escalar las alturas inconmensurables.

Voló tan alto y tan veloz como pudo. Se atrevió a unir el vértigo de la velocidad con la supremacía de la altura. Divisó lo que jamás había imaginado: ríos serpenteantes, macizos montañosos; valles y bosques se extendían ante sus ojos y abajo, muy abajo, una manchita negra que se agitaba incapaz de alcanzarla. Se acercó para observar mejor. ¡Era el cuervo presumido!, ahora desgreñado y viejo, lucía desencajado.

Entonces, convencida y llena de alegría la que fuera oruga, gritó:

¡Es posible transformar el mundo!


Cuento de Oscar Gilbonio publicado en Libro homónimo-1998

Manifiesto

















Nosotros, intelectuales, escritores y demás trabajadores en arte, actualmente en prisión por causales político - sociales, ante el nefasto papel de la superpotencia imperialista EEUU en el plano internacional, y convencidos de la necesidad de participar en el debate y planteamiento de soluciones que sirvan a la forja de la nacionalidad peruana y a los intereses del pueblo, nos pronunciamos :

1. La literatura y el arte, así como la cultura, tienen origen social y carácter de clase. Toda manifestación artística y cultural sirve de una manera u otra a determinadas clases sociales. No existe ni arte ni literatura por encima de los intereses y conflictos de clase en una sociedad donde el pueblo pugna por liberarse de la opresión y la explotación.

2. El arte y la literatura, cuando son auténticos, sirven, como instrumentos de transformación del mundo, para las inmensas mayorías en su incesante lucha por desarrollar la sociedad y elevarla hacia otra nueva y superior, más solidaria, antagónicamente distinta a la actual basada en la propiedad privada y acumulación de unos cuantos y la existencia de millones y millones de desposeídos.

3. Pugnamos por un arte y una cultura nacional, científica y de masas. Nacional por ser antiimperialista y que contribuya a culminar la formación de la nación peruana; científica porque lucha contra toda clase de supersticiones feudales que enceguecen a nuestro pueblo; y de masas porque sirve al pueblo, principalmente a los obreros, campesinos y demás trabajadores. Construir un arte y cultura nuevos sólo es posible combatiendo expresiones artísticas y culturales decadentes que no arrastran sino profundos signos de crisis espiritual de una burguesía antinacional, retrógrada y antihistórica, así como la descomposición y hundimiento de un sistema caduco que hace mucho tiempo no responde ya a la necesidades de las inmensas mayorías y más bien sofrena su capacidad transformadora.

4. Llamamos a persistir en la lucha por la democratización de la sociedad peruana como centro de las luchas populares crecientes, lucha aún no comprendida cabalmente ni asumida como corresponde por la mayor parte de los intelectuales y artistas del país, y a cuyo esfuerzo deben adherirse como parte del pueblo, comprendiendo que actualmente dicha lucha consiste en la defensa de los derechos fundamentales, el cambio de actuales leyes restrictivas, nueva Constitución, reconquista de leyes laborales que han sido barridas así como demandas legales y reivindicativas que son negadas sistemáticamente por el actual régimen; y desenmascarar el carácter entreguista de la burguesía peruana que se opone a desarrollar la industria en el Perú y ha llevado a la nación a una situación de riesgo creciente de ser despedazada.

5. Estamos porque el pueblo se exprese plenamente, sin restricciones, por lo que condenamos la persecución sistemática del Estado a los intelectuales que asumen visiones distintas a los pensamientos predominantes del sistema y sus acólitos, puesto que se reeditan nuevamente viejas prácticas antidemocráticas de negar el derecho inalienable del pueblo a la libertad de expresión, pensamiento y conciencia bajo la burda bandera de “apología del terrorismo” y otras deleznables figuras jurídicas con el solo afán de silenciar las críticas, las denuncias, los emplazamiento de fondo al sistema y sus mantenedores, obsecuentes aplicadores del neoliberalismo, la globalización, y planes militares imperialistas.

6. Denunciamos a la opinión pública nacional e internacional la imposición de un régimen penitenciario inicuo que apunta a un mayor aislamiento y regresión social de los internos al amparo de una legislación inconstitucional de odio y venganza que por todos los medios impide, la reincorporación de los prisioneros políticos a la vida social pese a haber cumplido ya 12, 15, hasta 18 años de carcelería en las peores condiciones, mientras que a los genocidas, corruptos y demás lacras del Estado se les premia con arresto domiciliario o se les libera en corto tiempo mediante artimañas descaradas.

7. Reivindicamos nuestro derecho a participar en la vida política del país de acuerdo a las normas vigentes (Art. 35º de la Constitución Política y Art. 19º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU).

8. Rechazamos la agresión imperialista que linda con el genocidio del régimen guerrerista de Bush contra los pueblos de Irak y Afganistán y reafirmamos nuestra solidaridad con los heroicos pueblos que resisten e infligen derrotas al soberbio coloso yanqui podrido de pies a cabeza.

Lima - Perú, Febrero del 2005.

Conversatorio


MARCO INTRODUCTORIO

El siglo XX ha sido estremecedor. Dos guerras mundiales de rapiña significaron la mayor carnicería humana y reparto del mundo. A la primera sucede el triunfo de la Revolución de Octubre; a la segunda, trascendentales cambios políticos y sociales: Un poderoso Movimiento de Liberación Nacional que remece el mundo, en particular Asia y África, y como parte de éste el triunfo de la Revolución China el 49, que va a significar que el país más poblado de la tierra pase al campo socialista. Posteriormente el triunfo de la Revolución Cubana va a repercutir indiscutiblemente en toda América. El Socialismo, la Revolución van a adherir una opinión favorable a nivel mundial y poner, en consecuencia, en primer plano, entre los círculos intelectuales de Europa y América Latina, el tema del compromiso social del escritor. En Europa de la post guerra gran parte de la intelectualidad asumía posiciones de izquierda y el arte manifestaba por eso en sus diversas facetas un contenido social (baste mencionar el neorrealismo en el cine italiano).
La burguesía con EEUU a la cabeza y como parte de la “Guerra fría cultural” contrapone la idea de que política y arte son dos mundos distintos y separados y que el verdadero artista se abstrae de la preocupación social.

En este contexto el Perú vive el desarrollo del capitalismo burocrático acompañado de una aguda lucha de clases que se extiende hasta los 60 y parte de los años 70: lo evidencian el movimiento campesino, el movimiento obrero y estudiantil, la lucha armada, particularmente del MIR y el ELN el 65.

De este proceso surge la denominada “generación del 50” que influye notablemente en la vida social, política y cultural del país. En particular se le atribuye renovar la literatura peruana y fundar una nueva narrativa. En este rumbo a fines de los 60 emergen un conjunto de escritores involucrados de manera activa en el proceso político del país siendo el más consistente el grupo “Narración”. Por estos años el Velasquismo prosigue con la profundización del capitalismo burocrático.

En el plano internacional, en el año 56 se produce la restauración capitalista en la URSS y Jruschov propugna “la coexistencia pacífica”. En agosto del 66 el PEN Club celebra un Congreso titulado “Entierro de la Guerra Fría en Literatura” y se habla de la “coexistencia literaria”. El propósito de este planteamiento no era sino contener y neutralizar las fuerzas revolucionarias llamando a la conciliación de clases en un momento de ascenso socialista, en pleno inicio de la Gran Revolución Cultural Proletaria en China. Sin embargo, el 76 desaparece Mao Tsetung y se va a producir la segunda gran derrota del proletariado en el siglo XX iniciándose el repliegue de la ola revolucionaria.

La década del 80 plantea a la literatura peruana una situación de aguda convulsión social y política. La guerra interna remece nuestro país hasta sus cimientos. El crítico Gonzáles Vigil considera a los años 80 como “los más convulsos y desestructuradores que haya padecido el Perú desde el drama crucial de la conquista”. Frente a este proceso político-social los escritores y artistas adoptan diferentes posturas y actitudes que van desde el compromiso militante, caso Hildebrando Pérez Huarancca, Félix Rebolledo, entre otros; hasta la toma de posición en abierta defensa del Estado y contra la violencia revolucionaria, caso Mario Vargas Llosa con “Historia de Mayta”, “La Guerra del Fin del Mundo” y otras obras y artículos, pasando por posiciones pequeño burguesas o anarquistas como Kloaka.

A fines de los 80 nuevamente el mundo se conmueve con hechos de gran repercusión como la caída del Muro de Berlín, los sucesos de Europa Oriental, el desmembramiento de la ex-URSS, todo lo cual evidenciaba la desaparición del campo socialista y redundaba en beneficio de una recuperación transitoria de EEUU, basada en nuevos rubros de producción como la informática, las telecomunicaciones, la biogenética, etc. Entonces EEUU deviene en superpotencia hegemónica única y desata una ofensiva contra lo que quedaba de la Revolución en diversos planos, incluido el ideológico, para la estructuración de un nuevo orden mundial. Se predica “la caducidad del marxismo”, “el fracaso del socialismo”, “el fin de las ideologías” y todo esto repercute. Ocurre que intelectuales que habían adoptado posiciones de izquierda van a replegar sus banderas primigenias y en algunos casos renegar de las mismas.
Günter Grass a poco tiempo de ser premiado con el Nóbel señala en el Congreso del PEN Internacional de mayo del 2000 que el nuevo siglo se anunciaba entre los henchidos redobles de la globalización y que el precedente se despedía llevándose consigo “guerras y genocidio, hambre e inflación, el prolongado poder de las ideologías y su resquebrajamiento y abrupta bancarrota”. Fukuyama había proclamado el “Fin de la historia” y según conspicuos “futurólogos” la humanidad marchaba al establecimiento de una sola economía, de una misma cultura y las fronteras no tenían ya razón de ser y por tanto terminarían las guerras de todo tipo en el mundo. Los hechos se encargarían de desmentirlo.
Paralelamente se extiende en toda América Latina la aplicación frenética del neoliberalismo allanada en el Perú con la detención de la Dirección Política del movimiento revolucionario maoísta. Dicha política neoliberal va a promover una cultura anticientífica, centrada en el individuo, visiones parciales de la realidad y, en los 90 en nuestro país, se va a expresar –como tendencia predominante en el ámbito oficial– una literatura intimista, narcisista, acompasada con el vociferante nihilismo. De ahí la promoción de la llamada “literatura light” concebida como ingreso a una recreación ficcional que no coteja con la realidad circundante. En el ámbito poético ya en los 80 se había catapultado la “poesía erótica” a primer plano. Varias de sus tributarias van a asumir ese erotismo como una vía para reflexionar en torno a su “yo” como una suerte de escenario para hablar de su “soledad”, de su crisis sexual y familiar sustrayéndose de una realidad insoslayable como la guerra interna.

La década del 80 va a ser catalogada por sectores de la intelectualidad burguesa como la “década pérdida” en la medida, según éstos, en que no se vislumbró ni se desarrolló un definido movimiento cultural que respondiera a sus proyectos de clase dominante, llegando a estigmatizar particularmente a la juventud como “Generación X”. Súmese a esto la sistemática represión del Estado al amparo de leyes como la de Apología que no sólo va a coactar la libertad de expresión sino que va a ser usada para perseguir y encarcelar artistas e intelectuales. Todo esto para acallar cualquier manifestación artística comprometida con el proceso político-social que vivíamos en aquellos años. Tengamos en cuenta, además, la autocensura de quienes optaron por someterse a los límites impuestos por el Estado.

Pese a los canturreos del neoliberalismo, la globalización y la ofensiva ideológica que promueve el egoísmo, la competencia inescrupulosa, hoy, en diversas partes del mundo se ven luchas como las de los movimientos antiglobalización y se insufla el espíritu antiimperialista a millones de desposeídos que rechazan las agresiones que EEUU perpetra impunemente en países como Afganistán e Irak especialmente.

No obstante, las descomunales campañas publicitarias por parte de la “Industria literaria” y los monopolios editoriales que condicionan la producción de una literatura “vendible”, avalada y alabada por la crítica “oficial”, escritores, principalmente fundidos con el pueblo, han venido trabajado en otro sentido y hoy se perciben cambios. Afloran propuestas distintas aunque espontáneas. Surgen en diversas partes de América Latina nuevos discursos y escritores van deslindando con la literatura producida en el marco del neoliberalismo y empiezan a dirigir la mirada hacia la problemática de sus naciones.

En nuestro país, luego de la caída de la dictadura abierta de Fujimori y habiéndose producido cambios sustanciales en la situación política, se reimpulsa el movimiento popular, las luchas por derechos y libertades democráticas. Jóvenes universitarios rompen de a pocos con la “aventura individual” y conforman colectivos, círculos. Artistas e intelectuales empiezan a tratar con menor aprensión sobre lo vivido en las últimas décadas aunque se mantenga como herencia nefasta esa ley de Apología –como otras leyes inconstitucionales– que penden cual espada de Damocles contra la irrestricta libertad de expresión, y por tanto, de pensamiento.

Hoy, nuestro pueblo necesita solución política a diversos problemas derivados de la guerra, de modo que se aperture un proceso de Reconciliación Nacional con verdad y justicia, contraria a la impunidad y al espíritu de venganza. Nuestro pueblo no necesita que se promueva la venganza ni el encono sino más bien se esclarezca y reivindique la verdad de lo acontecido y se extraigan lecciones valiosas para el futuro. Nuestro pueblo requiere de una literatura que sirva a la nación en formación, pese a que la literatura reciente en el Perú parece no encontrar aún este camino, y que promueva el desarrollo de su extraordinario potencial transformador, que sea científica y no oscurantista, democrática y no elitista.

En este proceso de desarrollo de una literatura nacional, hay que, finalmente –y esa es nuestra propuesta–, considerar las manifestaciones artísticas de quienes se levantaron en armas, cuyos precedentes se remontan al ingente trabajo, principalmente en el movimiento campesino, en la década del 60. Todo este arte y literatura, incluido el de los ‘80 y ‘90, permanecen aún inéditos casi en su totalidad en el sentido de una versión de los propios insurgentes que siguen desarrollando una literatura sobre la base de una poderosa oralidad.
Agosto 2003

Visperas


Todos aquí esperan con ansias a que el alcaide se vaya, son las nueve y cuarto de la noche y el tipo nada de irse, hace media hora que se ha puesto en una conversa con los de la celda uno, no se ve indicio alguno de que tenga intención de cortarla. Los que viven en las celdas contiguas se desesperan con la demora.

Querida Abuela: Te extraño.

Hace un buen chorro de tiempo que no te escribo, y claro, tú con razón le has estado reclamando a mamá por mi ingratitud. Por esto van primero mis disculpas a ti, por mi poca consideración, tú que tanto viste por mí. Hoy que escribo es viernes, y como tú sabes mañana sábado mamá vendrá a verme. La de siempre, debo aguardar un mes para poder verla y de esa manera saber algo de todos ustedes que son lo que más aprecio. Así que me he puesto a escribirte, para que te hagas una idea de dónde estoy. Te comento que en las celdas no tenemos fluido eléctrico y tan solo en el pasadizo que está frente a nuestras celdas hay conexiones. Pero el alumbrado en el pasadizo no es suficiente para que se iluminen las celdas. Eso sí, como bien sabías decir tú, para todo siempre hay solución, así que ni bien los alcaides cierran las puertas y se van, nosotros empezamos la operación cacería que no es otra cosa que sacar un palo que tenemos bien listo para ser enganchado en la línea del pasadizo. En la actualidad esa operación la hacemos con facilidad.

Recién como a las nueve y media el alcaide chequea su reloj, “Chucha, cómo ha pasado el tiempo, carajo, seguro ya me quedé sin combo”, todos reciben con alivio esas palabras. Ni bien se tiene la confirmación de que el policía se ha ido, los internos se movilizan para hacer su instalación. Cosa digna de admiración, porque encerrados en sus celdas, trepados a los barrotes en una situación incómoda en solo una brevedad como decir zum, la conexión está lista. La maniobra no acaba ahí, después de hacer la instalación se debe cubrir los barrotes de las celdas, casi siempre con frazadas, para que cuando prendan sus bombillas eléctricas no sean vistos por la ronda que sabe subir a los techos de los pabellones y desde allí espiar lo que hacemos.

Cómo anda la salud, doña Robertina, ah, Aurelia, eres tú, me asustaste. Aquí pues, mujer, dándole con lo que me queda de vida. Las dos mujeres se han encontrado en la tranquilidad de este pedazo de paisaje montuno. Ambas vienen a pastar su minúsculo ganado, la Aurelia sus cuatro cabras, Robertina sus dos borregas.

A que no te imaginas, me ha escrito Alonso. Qué bien, qué cuenta Alonsito, doña Robertina, le responde sonriente Aurelia. Justo en las cosas que me ha escrito pensaba cuando llegaste. Serán buenas cosas las que le cuenta su nieto. Ni creas, en su carta hay como un humo a tristeza, a dolor que te refriega el alma. La Aurelia se sienta a su lado para decirle. Por qué será así. La prisión, mujer, todos los seres humanos somos para ser libres. El verano aprieta con rigor, el calor hace que la brisa que corre entre la vegetación sea una exhalación caliente y que la tarde no signifique ningún consuelo. Eso que ambas mujeres están al amparo de la sombra de los árboles, y cerca de donde están, en la acequia, corre el agua murmurante.

Robertina, quizá para darle más tiempo a sus palabras, de entre sus ropas extrae la carta que su nieto le ha enviado. Las cosas que aquí me cuenta tienen la apariencia de ser graciosas. Ah, sí, doña. Sí pues, Aurelia, una mariposa de alas de color brasa de carbón hace maromas en el aire. Robertina, después de su breve mutismo, se anima a seguir. En su carta el Alonso habla justo de este lugar.

Para todos estos hombres, que han perdido su libertad, el último viernes de cada mes es víspera de la visita de sus familiares. Por eso se les ve tan atareados, afanosos con las cosas que hacen, es que son presentes para sus seres queridos que vendrán. Todos andan a la carrera, afanosos por terminar sus obsequios, trabajos para que sean vendidos y también están los apresurados por concluir sus misivas. Entre los que escriben se encuentra Alonso, la carta es para su abuela, en ella le recrea lo último que ha estado leyendo, aquel libro cuenta la historia de un palenque de negros, y que el palenque existió en el tiempo de la colonia española. Le dice por ejemplo que ella no podría imaginar que el tal palenque del que le habla se ubicara en lo que ahora es la comarca de Huaynapatá y de donde ellos son, que para mayor asombro justo se ubica en la rinconada que hoy forma parte de la jurisdicción de lo que es el pueblo.
Ni te imaginas cómo me impresionó el ir leyendo y enterarme de que esos hechos se dieron lugar precisamente allá, y de que la historia contase lo que fue la vida de aquellos pobres negros que fueron traídos del África, para que trabajase como esclavos en las haciendas de los españoles. La época en que ocurrieron aquellos hechos es por lo menos de hace unos doscientos cincuenta años, comprenderás la cantidad de años que representa esta cifra; eso es lo bueno de los libros, nos permiten que hechos tan remotos y de tanta importancia no se puedan olvidar o silenciar.
El que tengan que cubrir los barrotes de sus celdas con frazadas no es algo tan cómodo, sobre todo en verano, cuando el calor agobia, por más que los barrotes estén despejados. Entonces imagínate cómo estoy sudando en este momento, estando como estamos en el pico más alto del verano, pero eso no importa porque se trabaja con alegría y buscando que los trabajos que se hacen tengan un hondo contenido. A partir de la medianoche, día sábado, los que continúan trabajando cuentan el paso del tiempo. En este instante en que escribo, por ejemplo, ya es la una con cuarenta minutos, faltan cuatro horas con veinte minutos para que amanezca, y siete con veinte para que lleguen ustedes. La alegría de la visita nos deberá durar hasta la otra visita, luego la rueda seguirá girando.

A ver, explíqueme lo que Alonso le habla en su carta, doña Robertina. La mujer, un poco más vieja que la otra, la queda mirando, antes de responderle. Quizá no me vayas a creer, pero es precisamente de este mismo lugar en que estamos del que me habla mi nieto. Las cuatro cabras de Aurelia, felices, arrancan con sus hocicos hojas de las ramas, para esto se ayudan de sus patas delanteras y alcanzan los brotes más verdes y jugosos de los matorrales. Al mirarles con detenimiento se ve que disfrutan de esto. Las borregas de Robertina pacen con calma; la calma que exhiben es como si el tiempo no significara gran cosa para ellas.

Después de estas breves anotaciones, Robertina le explica lo que su nieto le dice en la carta: en este mismo lugar, hace unos doscientos cincuenta años..., a la Aurelia los ojos se le ponen como platos y pregunta, y cuánto tiempo es ése, doña, la mujer más vieja se queda mirando el aire, como buscando una longitud que le permita medir el tiempo de doscientos cincuenta años, mientras trata de resolver esto se le ocurre pensar en los líos en que me metes, muchacho. Lo único que se le ocurre argumentar para salir del aprieto es lo siguiente, cuando primero nació tu padre, luego más atrás el padre de tu padre, otro tantico de más atrás y nace el padre del padre de tu padre, aún no contentos con estos nacimientos porque falta bien regular para que sean doscientos cincuenta años, nace otro padre más pero siempre yendo hacia atrás. Un momento, doña, párele que me está mareando, qué cosas son ésas que habla, tenga cuidado que puede dejar sin padre a mis descendientes y eso sería grave, por seguridad mejor lo dejamos ahí. Ya, ya, pero déjame que te responda a mi manera, solo trata de comprenderme, imagínate ocho descendencias más y listo, pero ojos, siempre respetando la escalerita para atrás. A ver, cuánto suma todo aquello, mujer. La Aurelia, en una mezcla de asombro y temor, le responde, mejor no y más bien me voy a empujar un poco sus borregas que se están distanciando, y mientras se aleja se va haciendo la señal de la cruz en la frente.

Esos pobres negros, abuela, fueron traídos de bien lejos para que sirvieran como esclavos en las haciendas de los españoles. De tanto no poder seguir soportando el abuso que les hacían, huyeron, ¿a dónde?, al principio quizá no lo supieron, al menos sobre eso no dice nada el libro. Lo que sí dice es que llegaron cerca de las inmediaciones de Cerro Trapecio, siguieron adelante, llegaron a la altura de Cerro Toro Mocho, después a la altura de Ventana Chica, luego a Camote y quizá al ver tan brava vegetación se dijesen, aquí mejor nos quedamos. Y así fue como se metieron a aquel monte espeso y bravo, para que los protegiese de aquellos que los viniesen siguiendo. Como vieron que nadie venía en su búsqueda, se quedaron.

Para estos seres humanos no hay día más sagrado que la visita, eso que solo les dura media hora, además que por ese momento todos los problemas quedan abolidos. Ese precioso instante a vivir con sus seres queridos justificará las dificultades que vendrán en el nuevo mes. Con qué entusiasmo trabajan para cumplir con sus presentes o encargos para los familiares. En esa media hora de visita son olvidadas las humillaciones a las que son sometidos y resplandece la alegría. Aunque después deban volver a la rutina dura y militar de la sobrevivencia.

Robertina se ha quedado en silencio, quizá esperando que la otra mujer le haga más preguntas, así poder seguirse luciendo con la historia que su nieto le ha escrito en su carta. La tarde va recogiendo su luz tras los cerros, con la suavidad y el sosiego de ir pasando la mano sobre el muslo de una mujer que se desea. Como la Aurelia no dice nada, y la vista se le va en mirar el paisaje o de vez en vez mirar a la Robertina, esto hace que la otra mujer siga hablando. Quién podría pensar que hace doscientos cincuenta años el paisaje aquí era otro, al oírla la Aurelia deja su ensimismamiento y le pregunta qué tanto, tanto que no te lo podría explicar, solo para que vislumbres una idea te digo, no existía aún rastro de lo que somos nosotros en el lugar, tan solo monte bravo y agreste, así de cambiadas andaban las cosas en ese entonces. Sí, estos lugares eran llenos de sacuarales, caña brava, árboles, enredaderas, pastizales, matojos, y sabráse qué otras plantas más, además de pantanos, animales de monte, y qué otras alimañas, y también muchas aves. Hazte la idea, abuela, de un lugar así de por lo menos mil hectáreas de extensión, que sobre el terreno formase algo así como una herradura. Una ligera brisa se entremete por el follaje, refrescando y esparciendo el perfume de las plantas. Aurelia, saliendo de ese hito en hito en el que ha estado sumida, ¿tan real como me lo cuenta usted, en verdad fue aquel lugar que dice? Sí, así era, qué va a ser, doña, por supuesto que es cierto, Aurelia, o es que dudas de Alonso, dice mostrando la carta que su nieto le ha escrito.

La Aurelia aún incrédula insiste con su duda, ¿no será que usted está confundiendo el lugar?, Robertina sonríe antes de decir, al principio también pensé lo mismo, pero después de reflexionar y recordar algunas cosas que mis padres y mis tíos hablaban, y más aún cuando es el Alonso es que lo dice, la duda desaparece. Cierto, doña, su muchacho siempre fue hombre de palabra, responde la otra, sentada a su lado sobre la fresca hierba y amparadas en la sombra de los árboles. Pero de todas formas es para no creerlo, ¿no, doña Robertina?, cómo andarían en ese entonces estos lugares llenos de monte, puro verde y la de animales que habrían, ¿no? Cuando hoy, a lo mucho, hay una treintena de árboles, entre sauces, eucaliptos y algunas casuarinas, todos ellos conviviendo en una franja estrecha de terreno, que es circundado en su recorrido por la acequia y donde también se esfuerza un puñado de carrizo porque se le reconozca su condición de carrizal, y, por último, aquella pequeña sabana verde donde están pastando los animales. Hacia delante de donde estamos se ve un sembrío de alfalfa, un poco más allá crece la chala, y cambiando el matiz del follaje los sembrados de camote. Pero este bosque en el que estamos no llega a tener más de media hectárea y no se compara con lo que usted describe, eso quizá me hace dudar, doña, dice Aurelia. De haber motivos para dudar los hay, Aurelia, ciertamente hoy lo único que está quedando en este lugar es la pampa pelada y llena de huecos por todos lados, con toda la tierra extraída -qué quieres- y que cuando sopla el viento se levanta tremenda polvareda que perjudica a todos los que vivimos aquí. Solo a distancias es rota esa aridez por hileras de matojos que seguro siguen la huella de una vena subterránea de agua. Entre la conversación que va y viene, las dos mujeres de piel del lugar disfrutan del oasis que ha dejado la devastación depredadora de algunos hombres.
Qué ironía, en tanto que su nieto a unos treinta kilómetros del lugar, junto a otros hombres como él, viven reducidos en celdas minúsculas, en aquellas prisiones-fortalezas.

En los largos pasadizos solo hay silencio, en las celdas los hombres trabajan sin detenerse para lograr concluir sus presentes. Cuando algún ruido extraño trastorna la quietud de la noche, es señal de que se acercan problemas, allí sí que la alerta corre abriéndose camino de celda a celda. Tener cuidado que la ronda ha entrado al pabellón, los focos de las celdas se apagan, los hombres se tumban en sus colchones simulando dormir. A la espera de que la ronda se retire sin perjudicar a nadie. De la celda del fondo informan, la guardia ha entrado al tercer piso, solo les queda aguardar. Nuevo mensaje, sacar las frazadas que cubren las rejas de las celdas. En nuestra celda los tres permanecemos en silencio, cada uno tumbado en su colchón, cubiertos con la sombra de la noche, la voz de Raúl es como un alfiler en la oscuridad, qué estará pasando arriba, Pascual, un breve vacío antes de que Pacual responda. Los de la ronda deben haber estado espiándonos del techo del pabellón del frente, seguro habrán visto algo en el tercer piso, por eso han entrado de frente ahí, los minutos pasan, se espera sin perder la calma. El ruido del cerrarse de una reja, pasos que bajan por la escalera, voces que hablan, luego ríen. Todos escuchan, una nueva reja que se cierra, después le toca el turno a la puerta de ingreso al pabellón, los pasos cada vez más lejos. Luego la voz diciendo, pueden continuar.

Así como te voy comentando, abuela, toda esa parte de la comarca fue monte tupido y se hizo refugio de negros, de aquellos que tuvieron el valor de escaparse de las haciendas donde los explotaban. Al principio los hacendados no supieron hacia dónde huían sus esclavos, así que los dejaron y después los olvidaron. Los negros huidos se metieron al monte y no salían para nada, ahí dentro levantaron poco a poco, conforme se les iba el miedo, sus cotarros. En las haciendas, después de un tiempo y al ver que a los que huyeron no les había ocurrido nada, otro grupo también se animó a huir. Ahí sí que empezó la murmuración entre los esclavos: figúrate que se han vuelto a escapar un montón de negros, dicen que han huido llevándose sus animales, que se van siguiendo el rastro de aquel cerro inmenso del fondo, que en ese cerro hay un camino secreto que los lleva a un lugar donde hay de todo. Esas ideas empezaron a ser divulgadas en todas las haciendas, así que las fugas empezaron a ser muchas, el monte se empezó a llenar de cotarros y fue cuando los negros huidos decidieron levantar un palenque para protegerse mejor. También les iba allí, que los negros se empezaron a sentir libres, los más jóvenes se atrevieron a salir del monte para husmear los alrededores. Pero como nada detiene a la juventud, terminaron llegando al mismísimo camino grande por donde suelen transitar todos en sus viajes de la costa a la sierra o también al revés. Cuentan que cuando los blancos que viajaban vieron sobre el camino a ese grupo de negros casi desnudos, no les alcanzaron los pies para correr más rápido. Esa tarde todos en el palenque acudieron para ver la novedad que se trajeron los que fueron al camino grande. Las incursiones al camino se volvieron costumbre, de esa forma el palenque se fue llenando de cosas extrañas.

La temperatura se ha elevado tanto que las noches en las celdas son excesivamente calurosas, y si a ello se agregan las frazadas que los internos colocan en sus rejas, ya imaginarán cómo sudan estos individuos. Pascual deja por un momento el trabajo que hace, se seca el sudor de su frente, su pecho, y por último los de sus axilas, en tanto que observa el trabajo que hace Raúl, es para mi hermana, le comenta a Pascual al darse cuenta de que lo observa, se ve bien, alienta a Raúl, también pienso lo mismo y ojalá que le guste a mi hermana, y agrega, a ti cómo te está yendo con las pulseras. Pascual se vuelve a sentar, antes de responderle, ya casi termino, ésta es la última y completo la docena. Son para mi sobrina que las vende en su instituto y así ya tiene propina. Alonso los escucha mientras escribe su carta, y piensa que aún le falta terminar el trabajo de peluche que ha estado haciendo.

Lo asombroso no es solamente la existencia del monte, Aurelia, ¿sino qué, doña? Que a esos montes se vinieran a meter unos negros majaderos, que venían huyendo. Aurelia abre tamaños ojos de asombro y la queda mirando, antes de agregar. Negros, doña. Sí pues, mujer, negros. La pobre Aurelia intenta sonreír antes de volverle a soltar otra pregunta: ¿Y de dónde salieron aquellos negros, dona? Pues del África, mujer. Humm, del África dice, pero dónde queda eso, capaz en Cañete o tal vez en Chincha, o posiblemente en Ingenio, allá por Nazca, porque de esa África jamás he escuchado nada. La otra mujer hizo un mohín, se alisó el cabello antes de responder a la amiga. Eso, Aurelia, anda por la vuelta del mundo. Ande usted, doña, carajo que la pone difícil, cómo que a la vuelta del mundo. Asimismo como lo escuchas, a la vuelta del mundo, entonces ahora quiero que me explique cómo llegaron aquí, sencillo pues Aurelia, los trajeron en barco, aquellos blancos sinvergüenzas para que trabajen como esclavos. Aurelia se esfuerza para tratar de entender lo que su amiga le dice. ¿Esclavos, dices? Sí, esclavos, la pobre Aurelia en silencio y desamparo se queda pensando y después de un momento se atreve a decir, será entonces que el negro Zegarra, Amorí y los Zapata ya estuviesen aquí desde esos tiempos, eso quiere decir que son de este lugar mucho antes que nuestros familiares. Robertina no puede contener la risa ante la ocurrencia de su amiga. No, Aurelia, esas familias llegaron aquí junto a las nuestras, ya lo suponía yo, como que tengo la seguridad de que los Zegarra son venidos del Carmen, doña Robertina, me sigue quedando una duda, cuál Aurelia, esos negros de África son iguales a los nuestros, creo que sí, mujer, entonces para que se molestaron en traer a esos otros, quizá porque eran como hoy, la mercadería china más barata. Robertina evita mirar a la Aurelia para que no le fuese a salir con otra de sus brillantes ocurrencias, así que hace como que observa el desplazamiento de sus borregas y de esa manera darse tiempo para pensar una respuesta y salir de la situación embarazosa en la que siente que ha caído, qué tal esta mujercita, las ocurrencias que tienes, antes de que trajesen a aquellos negros aquí no los había, chuca, doña, eso quiere decir que los Amorín, los Zapata y los Zegarra son como parientes lejanos de esos negros esclavos, la verdad que no te lo puedo afirmar, quizá los padres de los padres, un momentito, doña, no volvamos a empezar con eso que no acabamos nunca, además que le tengo una curiosidad, cuál es, Aurelia, las cosas de las que me está hablando son las que ha escrito Alonsito, efectivamente que sí Aurelia, la mujer de las preguntas le sonríe antes de volver a soltarle otra de sus dudas, dígame, doña, pero sin molestarse, ¿sabe usted leer? Robertina siente la incomodidad del que ha estado comiendo pescado y una espinilla se le atasca en la garganta, pero como mujer sencilla que gusta de las cosas claras, responde, bien sabes tú que no, pero ése no ha sido impedimento para conocer las cosas que mi nieto me dice en aquella carta porque primero me la hice leer por mi hija, después por mi yerno, luego por una vecina que para mejor seña es profesora y aún después me la leyó Miguelito que bien sabes es el hijo del bodeguero y tan buen amigo de mi Alonso, que por un solo pelo se libró de que a él también se lo llevasen preso. Después de tan contundente y sincero alegato, a Aurelia no le quedaron más dudas y dijo mansamente, siendo como usted dice, no hay nada que objetar a lo que ha contado.

Las noches siempre serán enormes aquí, pero no eternas, el pasadizo largo y limpio está en silencio, algunas celdas dibujan a ras del suelo una delgada pestaña de luz, que las frazadas no pueden disimular. En algunas celdas se escucha el apagado ruido de los que trabajan y conversan en voz baja para no molestar el sueño de los que duermen.

Fuera de aquí, en otro pliegue del tiempo, la tarde avanza sin haberse hecho sentir, en medio de toda la devastación que se le ha infligido a la tierra, y en esta levedad de campiña que queda, estas dos mujeres están por partir a sus casas.

Qué cosas, ¿no, doña?, para no creerlo, que aquí hubiese podido existir un monte tupido y que justo ahí se viniesen a esconder esos negros de marras que se habían fugado del maltrato que les daban en las haciendas, caray, qué buena historia, cuánto ha aprendido Alonsito. La otra mujer mira satisfecha y responde, no te apresures que aún no se termina, ¿cómo, hay más? Claro, pero tan solo un tantito porque va siendo hora de que nos retiremos, aquellos negros que cada vez iban siendo más conforme pasaba el tiempo, que llegaron a asustar a los que los esclavizaban, así que estos últimos enviaron su ejército para que acabasen con los negros, su pretexto fue, porque debes saber que a esos nunca les faltará pretextos, que esos negros montaraces eran ladrones, asesinos desalmados, sembradores del terror en los caminos contra pacíficas personas. Todo un gran cuento armaron, para hacer su escarmiento y gran mortandad entre esos pobres negros, quién los autorizó a esos desgraciados para que fuesen a traer a los negros de sus pueblos, caramba, doña, está hablando como si usted hubiera vivido eso, hay necesidad con lo que nos ha tocado vivir.

Bien, con esto estoy terminando mi carta, abuela, espero que te estés cuidando y no te preocupes por mí que la estoy pasando bien en mi hotel de cinco puntas. Tu nieto que te quiere.

¡Caramba!, ya va a ser las dos de la madrugada y aún debo terminar de coser mi trabajo en peluche.

Ahora sí, vámonos, Aurelia, ambas mujeres se ponen de pie, quejándose de sus achaques, el tiempo se ha ido sin que lo sintamos, doña, voy por mis cabras, Robertina le pide, a ver si me avientas para acá mis borregas. Así, despacio y sin mucho ruido, la vida nos va acercando de nuevo.


Cuento de Manuel Marcazzolo del libro "Historias de Rotonda" (2008)