La Agrupación Cultural Ave Fénix surgió en las frías celdas del presidio de Canto Grande como una necesidad de espíritus empeñados en desarrollar arte y literatura en un ambiente de aislamiento absoluto, vejaciones y restricciones; constituyéndose en una voz de los insurgentes de finales del siglo XX.
Desbordando la naturaleza opresiva de los muros difundió boletines y plaquetas, promovió la poesía mural, organizó exposiciones de pintura, conversatorios con escritores, encuentros musicales y, con fines de autoformación, el taller de narrativa «José Saramago».
Publicó narraciones infantiles «El mundo está cambiando» (1998), relatos «Desde la Persistencia I y II» (2005 y 2014), poesías «La ceniza de lo vivo» (2008) e «Historias de Rotonda» (2008) de la pluma de Manuel Marcazzolo.
Varios de sus miembros, en libertad o aún purgando condena, continúan su labor creativa y poseen obras inéditas.
Su proceso está expresado en la presentación del libro «Desde la Persistencia» que reproducimos:
Publicó narraciones infantiles «El mundo está cambiando» (1998), relatos «Desde la Persistencia I y II» (2005 y 2014), poesías «La ceniza de lo vivo» (2008) e «Historias de Rotonda» (2008) de la pluma de Manuel Marcazzolo.
Varios de sus miembros, en libertad o aún purgando condena, continúan su labor creativa y poseen obras inéditas.
Su proceso está expresado en la presentación del libro «Desde la Persistencia» que reproducimos:
Son
las circunstancias históricas, las condiciones objetivas que confluyen en un
lugar y tiempo determinados, más allá de la voluntad y los deseos de los
hombres, las que ponen a estos en la situación de definir su destino y su meta.
Hay momentos en
que se impone, por ser siempre más cómodo ir acorde con la corriente imperante,
vivir y morir conforme las normas, los esquemas y los límites establecidos por
una sociedad. Pero no. La lucha entre lo fácil y lo laborioso se resuelve
siempre de manera distinta en el cerebro de aquellos hombres cuya vida se
empeña por la conquista de una sociedad superior, de plena humanidad, y la
integridad de sus sentimientos, esfuerzos y pasiones son puestos al servicio de
los que más pueblan la tierra, los despojados.
Y es una constante para quienes
abren trocha en la historia transitar una senda de riesgos y sacrificios,
afrontar la censura, la persecución, la prisión o la muerte. Galileo, Servet,
Giordano Bruno y tantos hombres de
ciencia lo testifican, y para los artistas, acaso el carácter
contestatario o de ruptura de sus obras, les significó desde la antigüedad ser
considerados una especie subversiva, peligrosa para los intereses de
privilegios dominantes del momento. El pecado de estos hombres fue el haber
sido transformadores, el haber deslindado campos y caminos con aquellos del
ámbito decadente y retardatario de su tiempo.
Entonces en nuestro país, para
quienes en nuestra época no aceptaron vivir como meros observadores, y siendo
sensibles al latido del pueblo, les ha sido imposible ignorar las últimas
décadas de un siglo estremecedor con la confrontación interna que trastocó nuestra historia, removió las
estructuras de la sociedad entera y conmovió a los peruanos.
Así es que por
diversos accidentes y circunstancias de la vida en los escabrosos años noventa
devenimos en prisioneros; las alas cortadas, los espacios comprimidos, el cielo
cuadriculado que se nos impuso, pretendiendo reducirnos a la condición de
subhumanos; aislados del medio social, político y cultural existente,
sometiéndonos a un estado de torva aniquilación permanente, mediante
condiciones indecibles de encierro, al amparo de leyes restrictivas y
represivas como jamás se han visto en el Perú y en la propia América Latina, en
lo fundamental aún vigentes para la vergüenza nacional.
Hubo momentos de aislamiento casi absoluto en que
rozarse los dedos con el ser querido que nos visitaba –padres, hijos, hermanos,
esposa– constituía el instante de dicha mayor durante la fugaz visita y
aún así había que esperar otro mes para
volver a intentarlo en la más desoladora pero radiante de las ansiedades, y el
optimismo que no cejaba de resplandecer en nuestro espíritu en serena
sublevación contra el inicuo sistema. Durante los breves momentos del
encuentro, hubo niños que no podían reconocer a sus padres, cuyos rostros se
desdibujaban en la penumbra tras las torturantes rejillas de los locutorios. Hubo parejas que
en un momento habían sido pero que luego dejaron de serlo al no soportar el
horror de un régimen deshumanizante. Pero las madres demostraron ahí su temple
especial, su profunda y maternal disposición permanente, y, sin necesidad de
comprenderlo todo, fueron quienes mantuvieron a nuestro lado su incesante
presencia. De éstas, hubo aquéllas también a quienes no pudo alcanzarles la
vida para ver y sentir el retorno del hijo y compartir de nuevo el franco
ofertorio de la mesa hogareña.
Adicionalmente,
la información fue censurada hasta intolerables límites inquisitoriales, y aquí
el descubrimiento de un periódico, una revista o una radio obtenidos
subrepticiamente se sancionaba con el
destierro del pabellón, hacia la penumbra de las mazmorras infestadas de roedores,
es decir, las celdas de castigo llamado el
hueco. Las ansias incontenibles de
recorrer con la mirada algunas líneas nos llevaban a rebuscar retazos de
papel impreso en los desperdicios y hasta nos quedábamos absortos ante el
hallazgo de etiquetas de medicamentos y detergentes porque buena parte de los
prisioneros éramos personas que solían leer con avidez. El único texto
autorizado era la Biblia; pero aun así, antes que la ficción y la idea de la
felicidad en un paraíso idílico, en sus ancestrales páginas confirmamos la
marcha profunda de la historia, de la dura lucha por la libertad de los
pueblos, como la del pueblo hebreo. Sus libros poéticos, proféticos y los
históricos eran convertidos en material afortunado y rico para las
interminables polémicas que se encendían al interior de las celdas hasta
madrugadas inacabables en las que destellaba la interpretación y la síntesis
objetiva que nos proporcionaba el trasfondo histórico y doctrinal de las
antiguas culturas del Medio Oriente y, desde luego, la consiguiente comprensión
de sus evangelios, tan profundamente arraigados en buena parte del orbe y, antitéticamente, todo esto
ante el desagrado de los celadores de turno.
Por otro lado, el bolígrafo desnudo
y servicial y el papel higiénico se convirtieron en las más preciadas materias
a esgrimir durante las noches, clandestinamente, y al amparo de la tenue y
lejana bombilla eléctrica de los pasadizos, pues las celdas carecían de
iluminación. Recostados en el enrejado, con la intermitente compañía de los grillos
nocturnos, con el chillido de la lechuza que hendía la noche allá afuera, o las
ráfagas intimidantes de los vigías armados en los torreones, dimos a luz nuestros primeros atisbos literarios –muchas
veces requisados con inaceptable insolencia–, inspirados primigeniamente en
la urgencia de otorgarle lo
mejor que teníamos
a quienes tan distantes nos
anhelaban pero tan cercanamente vivían estampados en nuestras memorias:
nuestras familias.
Así fueron adquiriendo forma los
poemas en los versos intensos para la amada lejana, ausente o impedida
drásticamente de asistirnos en nuestro cautiverio. Así se iban edificando
páginas de especial plenitud y hondura, desconocidas aún para el gran público,
mediante las cuales el pleno cariño nuevo, una nueva concepción de la relación
más directa existente entre el ser
humano dimensionaba el valor que tenía la otra mitad decidida a sostener el
cielo junto a nosotros. Del mismo modo se compaginaba la producción, infrecuente
en otras situaciones, de relatos para los pequeñines, que a la vuelta nos
contestaban con garabatos y corazones tiernos. Las epístolas a la familia y a
los amigos, asimismo, adquirían una importancia inusitada y fueron
embelleciéndose con lo que se podía, incorporando dibujos, colores, juegos, y
adivinanzas en un proverbial intento de comunicación total, donde la
imaginación y la fantasía y un vasto universo de ideas tenían un espacio propio
y más humano frente a la vana pretensión de aherrojarnos.
Con mil astucias fueron acumulándose,
con solemne parsimonia, los diversos libros que hoy poseemos, para acompañarnos
en un clima adverso de prohibiciones y requisas. Muchas veces, se desglosaban
para que sus páginas iluminasen nuestras mentes celda por celda, con inexorable
exactitud, cuando no podía leerse en voz alta para todo el piso, y se les
dotaba de comentarios, críticas y resúmenes. Con el tiempo se pudo implementar
una exigua biblioteca con el apoyo de una institución humanitaria, y nuevas posibilidades de conocimiento
se abrieron al poseer un libro para tres internos durante el encierro de
veintitrés horas y media, y, entonces, apenas ya alcanzaba el tiempo para el
estudio, imbuidos totalmente en la lectura, haciendo circular los textos con
febril entusiasmo. Así se dieron grandes ocasiones para la exposición de todo
lo aprendido en cada lectura, y, como se entenderá, los debates y críticas se
hacían inevitables, sirviendo a la extensión de nuestros horizontes culturales.
Los primeros pasos tímidos, los
iniciales intentos de plasmar las ideas en obras poéticas y narrativas se
hicieron una constante necesidad. Las voluntades individuales y creativas
fueron aglutinándose en cada pabellón del presidio de Canto Grande. La decisión
de desenvolver arte y literatura signó la conformación de diversos círculos
donde las composiciones fueron sometidas a reconocimientos, a sistemáticas
críticas pugnando de este modo por desarraigar criterios campesinistas,
dogmáticos, sectarios, y hasta retardatarios.
No
bastó la pura disposición y buen deseo de hacer arte y literatura, pues éramos
conscientes de las limitaciones en cuanto al manejo del lenguaje literario en
la elaboración de textos ricos en connotaciones tanto en el contenido y en la
forma, y, lo que era evidente, el poco dominio de las estructuras y las
técnicas narrativas para dar vida a ficciones o historias que tenían su origen
en experiencias inéditas dentro de la literatura nacional. Estas vivencias
tenían que ser contadas por sus propios protagonistas dentro de la tendencia de
una literatura de aprendizaje y de construcción de una sensibilidad renovadora
en el abordaje artístico de la realidad.
Fue una dura brega por dar forma a
tumultuosas ideas, a propósitos ambiciosos y a necesidades de compartir
vivencias, esperanzas y preocupaciones comunes con otras latitudes y otros
ámbitos. Para resolverlos, se propuso el estudio en forma colectiva. Para esto, los más avanzados asumieron la tarea de
transmitir a los otros, y, poco a poco, se fueron elevando, definiendo los
dotes incipientes, dormidos tal vez, de quienes a veces se mostraron deslumbrados
al descubrírsele su talento, llegando a publicaciones no por cierto
concluyentes sino más bien todavía incipientes, con la noción de ser sujetas a
la elevación y transformación necesarias, como todo lo que es susceptible de
avance. Así fue que se publicó la
pre-edición de El mundo está cambiando,
un conjunto de relatos sencillos dirigidos a los niños.
Las aguas
siguieron su cauce sin el bramar de un torrente, pero fluyendo siempre, nutriendo
una nueva hornada de trabajadores del arte y la literatura, una peculiar
hornada surgida en severa fragua, prueba viviente de que no existe opresión ni
desdicha suficientes para someter la conciencia del hombre; probando, más bien,
que éste es capaz, precisamente por ser superior a las dificultades, de
transformar el sufrimiento y la adversidad
en un canto auroral de recias voluntades.
Entonces, el conjunto de
composiciones reunidas en el presente volumen constituye, pues, una muestra del
canto sincero y pujante de quienes se
propusieron con tenacidad –y en cierto modo lo están consiguiendo– una nueva
manera de seguir batallando y que en este proceso van dejando huellas
indelebles, plasmaciones que no son sino símbolo de la imposibilidad vencida.
Fácil hubiera sido echarse a morir; menos comprometido hubiera sido componer
los tan de moda cuartillas y divertimentos frívolos, para entretener
lectores, o generar llantos que busquen conmover con el espectáculo de las
vicisitudes del prisionero; pero, esto no hubiera sido sino el superficial
vertido personal o el quejido individual
sin mayores horizontes ni perspectiva. Por eso quizás defraude a aquel que pretenda encontrar en
estas páginas una literatura de compungidas almas llorosas y aisladas, de quejas
estériles, o párrafos asépticos o al margen de la problemática del país y del
mundo contemporáneo. Se trata, más bien, de un tipo de escritura que se
cimienta en la inagotable vena creadora de las masas populares y tiene como
norte las estrellas que señalan el tortuoso camino hacia la armonía y la
libertad.
Esperamos que este trabajo aporte a las
letras y a la propia comprensión de la realidad peruana, convencidos de que un
capítulo de nuestra historia está culminando, aunque queden heridas profundas,
no restañadas aún; latidos dolorosos que urgen ser escuchados, problemas que
claman solución, superando el encono, el resentimiento, el espíritu de venganza
y, de hecho, asumiendo la necesidad de un proceso ineludible de brega por la
democracia y el desarrollo que demanda nuestro pueblo.
Lima, primavera del 2005