Vargas
llosa en una reciente aclaración a la pregunta de la diferencia entre
pornografía y erotismo, ha dicho: “En la calidad exclusivamente. La pornografía
es un erotismo mal escrito.”[1] Discrepamos profundamente,
estamos seguros que no es una diferencia de técnica, de recursos estilísticos,
de armas y colores, la diferencia entre pornografía y erotismo es la misma
diferencia entre carne y mujer, y no por caer en defensores de la moral y de
las buenas costumbres, eso al obispo de Lima. Sino aclarar el contrabando que
hace Vargas Llosa en su penúltima obra “Cinco Esquinas” la cual merece una
apreciación desde nuestra paciencia lectora.
Varguitas
ha retornado al mismo punto del cual inició su carrera literaria. No es el
púber que escribía novelitas para que se masturben sus compañeros de clase, y
obtenía propinas de su trabajo, ahora es el anciano, el escritor de ágora,
canoso y de 80 años. Pero estos nos han devuelto un premio nobel
intrascendente, su novela carece de contenido, es la visión de Perú que él
tiene, un empresario minero metido en sus entretenimientos, en la vida
doméstica, nada para resaltar. Un chato personaje, casi lumpenesco que asciende
al periodismo de espectáculos, algunos personajes que se arrastran sudorosos y
húmedos por los veintidós capítulos de la novelita, seres que como el narrador,
atisban el pasado y el presente, lo inmediato, no hay en ninguno una mirada al
porvenir, o son los mismos vecinos de las viejas quintas de Julio Ramón
Ribeyro, ese es el Perú de Vargas Llosa. Retrata, con aciertos, algunos de los personajes que aún purgan
largos años de prisión por asesinatos y corrupción, aun así el Doc. queda acartonado. La caratula es puro marqueting, no tiene ni como telón de
fondo la violencia política que vivió el Perú en la década del 1980, ni
siquiera es una verídica amenaza para los personajes.
Lo
rescatable de la novela es la técnica, el ritmo de la novela policial que le
imprime, como siempre los diálogos maestros que le dan movimiento, del ambiente
no queda mucho, pues gran parte es recuerdo del narrador, son las picanterías,
residuos de vagos pueblos jóvenes. Podría cambiar de título fácilmente a la
novela, restarla un número y llamarla Cuatro
Perillas y sería más acertado.