Para el pueblo, los tiempos eran buenos. Llovía de
noviembre hasta abril. Y los chiwakos, loros y las tuyas cantaban alto al
cielo. Así era: pueblo.
Nosotros maqtas escoleros, como decía tayta Mariano,
juguetones, traviesos, hasta atrevidos sin motivo.
En la madrugada, al medio día con sol y con lluvia en
las tardes crecía el hombre en nuestros cuerpos como la mies en las chacras.
-Nunca me iré de esta tierra.
-¿Nunca?
-Ni con la muerte, pues. Yo quiero a esta tierra más
que a mi propia madre.
Decíamos creyéndonos ya hombres bajo el cedro del
centro de la plaza que repartía sombras durante los recreos del medio día.
Pero ahora, todo es diferente. A medida que uno crece
los tiempos buenos se van como los hombres buenos.
El toro padrillo de don Froylán pillaba vacas allqas,
moras, qarwas, en el mes de marzo.
-¡Garañón, ya está!
-Ya no trabaja, pues, desde que sembró don Froylán en
su chacra Qarwa Rumi.
Dicen así: las cosas buenas casi nunca duran.
Unos salimos, con la esperanza en las alforjas, hacia
los centros de trabajo. Otros, contra nuestra voluntad, como mala hierba de las
chacras. Y los causantes, sólo quien padece en pellejo propio los conoce.
Gloria, hija de don Froylán, el Gobernador, fue mi
primer amor.
La conocí en la escuela mixta del pueblo. Ese año
cuando mi madre me recomendó obsequiándole un molde de queso, a la maestra. Así
crecido como estaba, ingresé a transición. Ella terminaba su primaria. Pero a
pesar de esa diferencia, nos sentamos juntos, bajo el mismo techo, juntos…
Ahorita estoy imaginándome a la maestra escribiendo en la pizarra y
pronunciando:
‘Ele a, la …
Eme e, me… Ese a, sa… La…me…sa… ¡La mesa!
Y nosotros,
repitiendo como loros, sentados en adobes partidos de la mitad y escribiendo
sobre nuestras rodillas; y a Gloria, tan diferente como maíz almidón entre
otros negros, sentada en su carpeta, con sus zapatos y su cabellera bien
peinada. Y nosotros, siempre pobres, con nuestras ojotas de cuero de vaca y
nuestros cabellos cortados a tijera.
“Glorita”,
decía la maestra. Nosotros, “niña Gloria”.
Ella nunca
iba por leña cuando se hacía tarde ni traía regalos al faltar días íntegros a
la escuela: era hija de un principal del pueblo como decía la señorita.
Y así la
quise, primero durante el tiempo de escuela y, luego, detrás de su propia casa
cuando ella venía de vacaciones desde la ciudad, hasta que sucedió lo que debía
de suceder.
-¡Y tú, qué
haces aquí carajo! Otra vez que te vea fastidiando mi niña, te rompo el hocico.
Yo no dije
nada. Simplemente me agaché diciendo para mí solo: fastidiando nomás, tu hija
ya está jodida, don Froylán.
Allí
comprendí, sin embargo, que era hijo de una mujer cualquiera y de un padre que
nunca conocí. Viéndolo bien, estaba mirando muy alto.
Pero de
haberme sido fiel, hubiera podido hasta robarla. Irnos muy lejos. Hacerla mi
esposa. Vivir felices en cualquier parte de la tierra. Las cosas fueron de otro
modo: ella empezó a vivir de la fortuna de sus padres.
Esa noche,
después de la segunda vez, no dormí de puro susto. Hasta en sueños me
encontraba el Gobernador con su hija en la acequia grande. Hasta que al día
siguiente:
-Venimos por
orden de don Froylán. Dice hay llamamiento. Leva, pues, Manuelcha.
Los Varayuq
habían entrado a mi casa bien de mañanita y me sacaron de mi querencia para
estar ahora aquí donde hasta las moscas persiguen a uno como si fuera perro
sarnoso.
Ahora dicen
que es maestra del mismo pueblo. Y yo digo: será señorita como nuestra maestra
y como otra que hubo en el pueblo, hija de un principal del mismo lugar, que
enseñó en la escuela hasta que la muerte la encontró a los noventa años y
cuando ya disponía de reemplazante su propia sobrina. También Gloria dará
vacaciones dos o tres semanas para ir a festejar su cumpleaños al lado de sus
familiares y demás amigos. Así es la costumbre de las maestras hijas de un
principal. También tendrá, tal vez, varios hijos y quién sabe hasta no sabrá
quién es el padre, como la antigua maestra que cuando tuvo uno opacó los
rumores de la gente que sabía del secreto con eso de que el muchachito era hijo
de un abogado que murió la misma noche de su matrimonio. Aunque jamás se había
matrimoniado.
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