El mundo está cambiando


Oscar Gilbonio

E
ra un cuervo de alas negruzcas y graznar chillón, eximio volador pero por demás arrogante; creíase superior a otros animales y desdeñaba, en especial, a  los pequeños.

Desde el norte volaba aquel cuervo y a todo lugar miraba -¿Dónde podré vivir con holgura?- se preguntaba el aprovechado. De pronto avistó un letrero que decía: País de los insectos. El ave contenta exclamó ¡Aquí está lo que buscaba!

Por el aire zumbaban las abejas, en la tierra trajinaban las hormigas y, por un coposo y alto manzano, algunas orugas ascendían. El cuervo que estaba hambriento dirigióse hacia él y cuando degustaba un fruto descubrió una oruga de avanzada que subía lenta y segura, mediante ondas contráctiles.

-¡Oye! ¿Qué haces?- preguntó el cuervo, curioso, a la oruga.

-¡Quiero conocer el mundo! ¡Quiero ver todo con amplitud, por eso intento alcanzar la cima de este manzano!- contestó la oruga

-¡Pero qué desdichada, aspiras un imposible para quien sólo arrastrarse puede!, ¡en cambio, yo, tengo el mundo a mis pies, puedo divisar cuanto deseo, me basta con desplegar mis hermosas alas!

La oruga, sudorosa por el empeño puesto en cada avance, se detuvo y respondió: cada uno desarrolla sus propias cualidades, pero también tiene sus limitaciones; por tanto, no hay de qué envanecerse.

Pero el cuervo que no era nada modesto continuó presumiendo hecho un fatuo: ¡sólo digo la verdad! Limitaciones no existen para mí. Puedo volar libremente y elevarme por los cielos, explorar países lejanos y conocer el mundo entero – y en tono burlón agregó- ¡Me apena que no alcances a ver más allá de tus narices!

La oruga percibiendo que el cuervo no infundía ninguna confianza sino rechazo y antipatía repuso: antes estuvieron de paso por aquí algunas aves, pero no hubo ninguna tan molestosa como tú.

El cuervo, que no aceptaba críticas, le gritó en la cara: ¡Mírame gusanillo! ¡Puedo elevarme más alto que tu manzano!- Pegó un salto, dio volteretas, voló en picada, planeó e hizo otras piruetas. Regresó satisfecho a pavonearse: Tienes que reconocer mi superioridad. Soy estratosférico, el más fuerte, el más diestro en el aire, el de más bello y reluciente plumaje, y... ¡lo seré por siempre!

Luego de una meditación breve la oruga replicó serena: si compitieras con otras aves de seguro habrían mejores que tú. Aquí te vanaglorias, pero gran cosa no eres. Además recuerda que el universo está cambiando, todo se transforma y alguna vez perderás tus...

¡No! ¡Cállate!- interrumpió el gaznápiro erizándose - ¿Por qué quieres alterar el mundo? ¡Las cosas deben permanecer tal como están! ¡Tú siempre arrastrándote, y yo siendo el más hábil volador! ¡El mundo siempre ha sido así y lo seguirá siendo! ¡Jamás podrás superarme! – Y haciendo una mueca de desprecio echó a volar.

La oruga al verlo alejarse se preguntó: “¿Por qué este cuervo se empecina en mantener inalterables las cosas? Él mismo, como toda ave, empieza por ser un huevo (eso pude observar al ver nacer ayer unos inquietos gorriones); ahora es un cuervo diestro, pero mañana no será el mismo. ¿Por qué difundir falsedades, si la verdad resplandece como la luz del sol?”.

¡Necio!- dijo para sí y siguió escalando por el tallo principal. Dedicó a esta épica aventura interminables días que le permitieron hacer descubrimientos y aumentar su saber.

Una mañana sintió golpes húmedos cada vez más intensos.- ¿Qué es esto?- se inquietó y al poco rato estaba empapada. Buscó refugio entre las hojas hasta que la lluvia cesó. Al cabo pudo escuchar el arrullo de un riachuelo donde antes sólo existía un cauce silencioso y seco.

De pronto, al continuar escalando, percibió un aroma exquisito- ¡Qué hermosa luce esta flor!- dijo. Pero en los días siguientes aquella flor dio  paso a un redondito farol verde terciopelo, antes cautivo en los pétalos radiantes, oculto todavía al mundo: ¡He aquí la futura manzana!- pensó. Todo aquello reforzó su convicción: nadie puede negar la transformación en el mundo.

Después de mucho trabajo alcanzó la cima del árbol y observó con emoción el bello paisaje, las próximas llanuras esplendorosas bajo un sol anaranjado. Nada de eso había conocido antes, ahora ampliaba su visión. De hecho era superior a la de cualquiera de sus hermanas orugas y, entonces, deseó que todas pudieran también conquistar  estas alturas y ver el mundo nuevo y anchuroso.

Sin reparar aún en el cansancio que le había causado el ascenso, hiló con esmero una diminuta casa protectora y cubrió todo el contorno con ramitas y hojas.

Más tarde, fatigada y exhausta, cayó en un sueño profundo. Soñó que los pequeños riachuelos transparentes crecían y desbordaban su cauce en el recorrido, que los árboles resecos reverdecían mágicos y se llenaban de frutos, que los pajarillos recién salidos del cascarón eran indefensos y torpes al comienzo, pero luego, al crecer, se atrevían a volar por el espacio infinito. Todo vio y se dijo con firmeza: ¡el mundo se transforma pese a que algunos no lo desean; lo ven pero no lo quieren ver!

Este sueño pleno de movimiento, estuvo acompañado asimismo de convulsiones y fiebres; algo le ocurría: dolores profundos punzaban su cuerpecito y un fuerte adormecimiento paralizaba sus miembros. En eso, una última y más fuerte sacudida la despertó.

Reponiéndose, y calmada ya, pudo ver un hermoso amanecer: el sol fulminaba con sus rayos tibios la vasta y majestuosa extensión de la tierra y los hombres; las nubes, tímidas, se disipaban en la inmensa claridad celeste. Se sintió extraña, distinta. Quiso desperezarse, pero cuando intentó estirar sus patitas, una colorida ala se extendió a cada costado. Quedó extasiada con el rojo y el amarillo de sus hermosos miembros y con los vistosos puntitos que matizaban su abdomen.

Su cuerpo ya no era el mismo. Toda ella se había transformado. Ahora convertida en una bella y fulgurante mariposa, sintió irrefrenables ganas de escalar las alturas inconmensurables.

Voló tan alto y tan veloz como pudo. Se atrevió a unir el vértigo de la velocidad con la supremacía de la altura. Divisó lo que jamás había imaginado: ríos serpenteantes, macizos montañosos; valles y bosques se extendían ante sus ojos y abajo, muy abajo, una manchita negra que se agitaba incapaz de alcanzarla. Se acercó para observar mejor. ¡Era el cuervo presumido!, ahora desgreñado y viejo, lucía desencajado.

Entonces, convencida y llena de alegría la que fuera oruga, gritó:

¡Es posible transformar el mundo!