EL BUQUE

 Manuel Marcazzolo

La vida viene del mar,
                                                                           la muerte también.
                                                                                                                                Anónimo


El mastodonte se está quieto en la bahía, a esta hora de la mañana la mar sabe serenar su movimiento por un instante. Después nuevamente el viento hará que las aguas caminen y el cadenaje del ancla se empezará a quejar, y a tensar su fuerza para mantener el buque en su lugar.  El buque, así seguiremos llamando a esta carcasa que ha pasado a ser parte del paisaje marino: años acumulados sin moverse del lugar, su existencia de bruto del mar se ha reducido a ver el llegar y el ir de otros buques. 
La lancha le da una vuelta completa a la inmensa carcasa, llamo a voces, toco la sirena de la lancha y no obtengo respuesta de su único tripulante y casi dueño me atrevo a decir.  Para que tengan señas más claras el que está ahí es mi compadre, mi sola idea siempre; hoy habíamos quedado en hacer un negocio, un pequeño business que nos dejara un dinerito.  En el buque hay tantas cosas por vender.  Qué le pasará a mi  compadre que ni asoma, ya me estoy cansando de llamarlo y tocarle la sirena.  Saca pues siquiera la cabeza por el barandal compadre para así saber que estás ahí.  Que se haya quedado dormido no creo, conociéndolo debe andar por ahí en alguna parte del buque, quizá por eso no me escucha y si lo está haciendo es que no le da la gana de asomarse.  Si es así, púdrete compadre y jódete solito, porque de lo que tú mismo dijiste, Ya no tengo víveres compadre.  No te puedo seguir esperando, tengo que recoger tripulantes de otro buque.  La lancha se aleja haciendo roncar su motor.
Los ojos miran por la claraboya, ocultos por la cortina de polvo y olvido.  Oyes el bramido, no sabes determinar qué es.  Miras la gelatina azul metal que se mece y te mece, en algún lugar de tus esferas oculares se enciende fuego, varios pares de ojos miran desde el follaje.  Tú, tú y tú por aquel lado, la orden es clara y el dedo que señala la dirección corrobora la orden.  En silencio continúas al lado del que habla, todos aquí saben quién es quién, por más que se traiga el rostro cubierto.  Nuevamente la voz, tú con estos cuatro vienen conmigo, los demás se quedan aquí, atentos, y me cogen a todo aquel que intente huir.  Ese era el teniente Celada, continúas mirando por la opacidad circular; el ruido de la lancha se adelgaza en la distancia.  Los gritos crecen en tu cabeza, las súplicas también, la voz ronca es un pozo de odio, continúas oyendo, Concha de su madre que ninguno se escape, corres, la sangre también precipita su ritmo en tu interior y se inyectan a tus neuronas y tiñen tus ojos. Una anciana sale de la choza a tu encuentro, alza sus manos en señal de súplica, la golpeas con la culata del fusil, cae, pateas la puerta y se abre con violencia.  El motor de la lancha es un gemido moribundo, el eco de la voz resuena aún en tu cabeza, Compadre, compadre, asómate, tú no quieres, hay mucho peligro, te alejas por entre las chozas, te niegas a escuchar y ver.
Toda la mañana te la has pasado pensando en tu compadre y en el business que tenían que hacer, no podía ser para menos si de allí te iba a chorrear tu sencillo.  Así que después de dejar tripulantes en los buques, casi ya al mediodía te das tu escapada, para ver si ahora ya te responde.  Nuevamente le das duro a la sirena, a voz en cuello y de tu compadre nada, ni un atisbo, no hay derecho carajo.  Ahora sí te empiezas a preocupar, así que barajas la posibilidad de informar a la Capitanía de Puerto.  Enrumbas la proa de la lancha para el muelle, aprovechas el momento para recordar, la lancha cabecea, la mar está movida.  Corpúsculos salobres se esparcen en el ambiente, al choque del agua con la proa de la lancha; son tantos los años que han transcurrido desde que sólo eras ayudante de lanchero, fue de aquel tiempo que conociste a tu compadre, casualidades que teje la vida. La primera lancha que él se trepa y resultó que tú estabas de ayudante, así que fuiste con quien primero habló, Disculpa, esta lancha va al buque Domingo 7, le miraste y ahí mismo supiste que era un novato.  Sí, le respondiste, él subió y se ubicó aparte de los otros que iban en la lancha.  Para aquel tiempo el Domingo 7 ya tenía medio año de fondeado en la bahía, a la espera de que lo lleven a su tumba definitiva, la siderúrgica.  A los meses de este encuentro me hicieron patrón de lancha, el dueño adquirió una nueva lancha.  De esos años a hoy, ha pasado mucho tiempo, la lancha toca muelle, mi ayudante salta a tierra y amarra la lancha a la argolla del fondeadero.
Desde esa primera vez, me di cuenta de que él era una persona desconfiada, puntual como reloj, quizá eso le valió para que la Naviera que aún dirigía la empresa, le renovase el contrato de trabajo y aún después que se declaró en quiebra lo mantuvieron de vigilante.  Aunque en los muelles se habló de que el hombre tenía sus amarres, lo cierto es que la agencia aduanera, que se hizo cargo de lo que quedó de la Naviera quebrada, lo siguió contratando.  La rutina de trabajo fue respetada, dos vigilantes en el día, dos en la noche.  Pero esto no pudo durar mucho, la situación del país que iba por la pendiente del caos y del desmadre económico no lo permitió.  La Agencia se vio obligada a reducir personal sólo a dos, uno en el día y el otro por la noche.  Uno de los suertudos siguió siendo él, mi compadre.
Hoy para mí sólo existe esto, fierro, fierro frío tan igual que la muerte, crujidos que para mí son quejidos y súplicas, Piedad, ya no más padrecito, jefecito. En nosotros no podía haber el más pequeño resquicio para la compasión.  La voz de Celada, cruel y dura, en medio de la maraña de ruidos y sonidos, imponiéndose, Ya saben carajo, por uno de nosotros diez de ellos.  Si son inocentes, Qué pasa sargento, se le están aguando los huevos, aquí no hay inocentes métaselo en la cabeza o están con nosotros o contra nosotros.  Les queda claro eso, y para que estén mejor advertidos anótenlo bien, los primeros colaboran, nos dicen lo que necesitamos saber, en cambio los otros, esos hijos de puta se hacen los huevones que no saben nada, tratan de engañarnos con sus lloriqueos, así que a esos ya saben lo que se les tiene que hacer.  Qué me espera abajo, cada instante me sumerjo más en esta niebla luctuosa, en lo más profundo de esta oscuridad que se condensa en líquido y me lanza su frío.  Las voces continúan su parloteo, No se puede continuar de esta forma teniente, después nos van a cobrar.  Carajo tigre, los muertos no hablan, ni pueden hacer nada y ten presente que esos son terrucos, la política con ellos es bala, bala y bala, o sea que mátalos tigre.
Las órdenes las cumplimos sin dudas, menos murmuramos, así que matamos a tantos Celada, casi nunca pudimos probar que fuesen terroristas, o crees que si teniente, por qué callas, se te acabó el rollo Celada.  Los dejábamos tirados como cualquier cosa en esos parajes desolados, duele eso ahora.  Después la pestilencia dulzona nos perseguía, hasta se impregnaba a nuestros cuerpos y todos sabían reconocer quiénes éramos.  Ese temor a ser el próximo, de amanecer tirado como cualquier cosa, llevar uniforme no era ninguna garantía de que no te pasase nada.  La gente no hablaba por temor, miedo, pero su rechazo y odio era tácito y corrosivo.  Así fue como en mi cabeza empezó a desenroscarse la duda, el complejo de culpa y por último el pánico.  Luego los asesinados empezaron a reclamarme en mis sueños, suplicaban llorando, se quejaban y enseñaban sus rostros agónicos, de sus heridas manaba sangre.
Los de la Naviera sí que se esforzaron por administrar bien lo que quedó de la empresa, un año y unos meses se mantuvieron en el intento.  En este interregno de tiempo, se habló hasta en dos ocasiones que se llevaban el buque a la fundición, empezaban los preparativos, inventariaban todo lo que había a bordo, pero nada pasó.  Todo resultaba una simple bulla para ocultar que se estaban levantando todo lo de valor que quedaba.  Cuando vieron que no había más se desentendieron y lo olvidaron.  Esa pudo ser la causa porque la agencia ya no quiso saber del buque, despidió a los vigilantes, dejaron de pagar los fletes de transporte a la lancha y por último terminaron olvidándose de todo.
Mi compadre fiel a la carcasa nunca la abandonó, por supuesto con la complicidad mía, sino para qué soy su compadre.  Después que abandonaron la nave, nadie volvió a acordarse de ella, así que la carcasa pasó a existir al margen del mundo oficial.  Dieciocho años no pasan por gusto, no comprendo cuál será tu problema hoy y por qué no quieres bajar la escala.  Esta es la tercera vez que regreso a verlo y él nada, casi son las seis de la tarde, quizá le ha ocurrido algo.
Qué te puede atemorizar, cuando has recorrido incontables veces este espacio.  En el frío que compunge tu alma, la penumbra donde crees que viven aquellos que te reclaman, exigen, basta, calla.  Tengo miedo, no quiero seguir bajando, estoy bien mirando desde aquí sentado, al amparo de esta tenue claridad en la escala de fierro.  Intuyes que abajo la cosa será bien diferente, escucha el murmurar de los que te esperan, hace cuantísimo que se los tienes prometido, ellos han sabido tener paciencia y esperarte.  Creo que no has llegado hasta aquí para perderte en justificaciones, Es la verdad, sólo fui un instrumento, cumplí órdenes.  Afronta con valor tu destino, en qué pensabas cuando apretabas el gatillo, no quieres olvidar tigre cuando rematabas a aquellos que daban señas de vida.  Esa como fiebre de odio que te sabía embargar en esos momentos, lo recuerdas ¿no?  Después la tranquilidad casi beata de haber cumplido con tu deber, en cambio en tus sueños las cosas se empezaron a ver de diferente manera; los cuerpos agónicos retorciéndose de saber que la vida se les iba.  Después los amontonaban y les lanzaban bombas de fósforo, esto lo hacías sin inmutarte, buen comando.
Las dudas te fueron llegando en forma de inconformidades, les pedían sacrificio pero ellos, los de arriba bien que la pasaban, en cambio ustedes, si no mira tu borceguí parchado, el rancho miserable que les daban y ellos los entallarinados se tiraban la plata del presupuesto.  La palabra patria, nación, resultaron sin ningún valor, salvo como sinónimo de engatusar incautos.  Ese fue el resquicio que abrió la duda en el compacto tramado de tus ideas, por ahí empezó a colarse la serpiente de la culpa, del remordimiento.  Así fue como empezaste a temer quedarte dormido, cuando no podías más y el cansancio te vencía, la sangre de todas las víctimas se juntaba y te cubría, despertabas con la sensación de que te estabas ahogando.  En otra pesadilla veías que sobre ti amontonaban los cadáveres, cientos y no lo podías resistir y despertabas gritando.  Tus compañeros de armas empezaron a murmurar, Uno más a quien los muertos le están comiendo los sesos.
En todos estos años que mi compadre ha estado de ilegal en la carcasa, ha sobrevivido vendiendo cosas de allí, si la cabeza no me falla lo primero que se vendió fueron los extinguidores, buena plata se hizo esa vez.  Mi compadre es hombre de costumbres sencillas, algo raro quizá, pero sencillo; siempre se contentó con poco, en comida lo necesario, en su aseo lo elemental, en ropa lo imprescindible para cubrir su cuerpo y de vez en cuando compraba una medicina.  Otra cosa digna de rescatar en mi compadre, es hombre previsor, siempre pensando en mañana, con antelación ya estaba juntando cosas para vender más adelante. Este mastodonte caboteó combustible, así que muchas de las piezas y sobre todo las que tenían que recibir fricción eran de bronce, para conjurar posibles chispas que causasen desgracias.  Como una tonelada de bronce se juntó mi compadre la última vez y anterior a esto vendió llaves, no se imaginan la de llaves que puede haber en un buque, de todas las nacionalidades y de todos los tamaños.  De las cosas vendidas anterior a todo esto ya ni me acuerdo, en un buque hay tantas cosas para vender.  Ahh, otra cosa es que mi compadre es de los desconfiados, no confía así nomás en nadie, ni siquiera en mí, su compadre.  En algunas ocasiones me puse en hablas con algunos colegas, para que subieran al buque cuando me llevaba a mi compadre a tierra.  Aunque para no faltar a la verdad, tengo que decir que el hombre no abandonaba así nomás su buque, con el correr del tiempo fue peor, había hasta que rogarle, la verídica me parece que mi compadre se está loqueando.  Los lancheros con los cuales me puse al habla para ver si nos sacábamos la nuestra, nunca pudieron subirse al armatoste, el hijo de su madre de mi compadre, nunca dejó la escala de gato suelta. Para bajarse de su fierro flotante, fíjense lo desconfiado que era, lo hacía por el cadenaje del ancla y encima aseguraba el cañón por donde caía el cadenaje, así era mi compadre. 
     Lo que sí es claro para ti desde hace tiempo, es que más perteneces a ese mundo, lo que ocurre es que eres cobarde para aceptarlo y no te atreves a transponer el umbral que divide esta parte de la realidad, de ese allá que no conoces pero intuyes y que no puede ser peor a esta parte que te atormenta.  Así que mejor te armas de valor y continúas bajando, por la escala que te llevará a ese otro lado donde señorean las sombras. En tu interior te vas hundiendo en los meandros del recuerdo, en las noches insomnes de temer que llegue el sueño vivificador para otros, para ti él representa el retorno de las orgías de sangre o noches de San Bartolomé. Algo en ti se niega a seguir bajando, inmoviliza tus miembros. Así fue como aprendiste a pasar horas y horas con la vista clavada en el techo o dando vuelta en tu lecho de guerrero, esgrimiendo justificaciones a las barbaridades cometidas. Los gritos de los torturados, ante los suplicios científicos que les aplicaban: la criolla, o sea golpe tupido por donde te caiga, o la noble tineada y a zambullirte en agua estancada con detergente y su orina, o la clásica brazos para atrás y a subir la pita, puta qué dolor; el pucho, ese verdugo pequeñito, punto rojo que tuvieron que abandonar porque dejaba huellas y los jijuna de Derechos Humanos empezaron a husmear y por último el remedio de los remedios, muerto el perro para qué preocuparse de la rabia, en buen lenguaje eso era desaparecerlos.  Qué carajo, al final te quieres mariconear, no permitas que el miedo te paralice, sigue bajando.  Cuando por algún accidente lograbas quedarte dormido, era para que alguno de los que hacían cola se te acercasen a recordarte que te estaban esperando para cobrarte la cuentita y la puta que despertabas gritando, sudoroso.  Lo que siguió después es que empezaste a aislarte de tus colegas, luego nomás llegaron las alucinaciones y terminaste haciendo cola donde el siquiatra.
Ahí nomás vino tu baja de las fuerzas armadas, regresaste a la ciudad a la casa de tus padres.  Te reencontraste con ellos, con tus hermanos y amigos, pero ya no fue igual.  Sentiste que había como una tela de araña que se interponía entre ellos y tú, no lograbas identificarte con nadie, empezaste a aburrirte.  Después se te dio por desconfiar de tus amigos, por el hecho supuesto de que te evitaban o que se quedaban callados cuando llegabas.  No contento con esto empezaste a dudar de tus hermanos, tras que se confabulaban en contra tuya, así que empezaste aislándote en casa y al final terminaste encerrándote en tu cuarto.  Hoy en este momento estás llegando a entender que has llegado al límite y que hace mucho ya no perteneces a esta realidad.
Con la duda correteando en tus neuronas saltas de la lancha, Carajo, qué hago, la humedad del muelle te hace trastabillar y casi caes, si de verdad le ha ocurrido algo a mi compadre, esto último te decide.  Ya no hay duda en ti, con decisión te encaminas  la Capitanía de Puerto.  El oficial de mar que te atiende deja de escribir y te mira, Cuál buque Domingo 7, dice.  Tragas saliva, Ése que está abandonado hace mucho tiempo, jefe, le dices.  El oficial, con la sorpresa reflejada en su rostro te mira y dice, No tengo ningún conocimiento de que exista un buque que se llame así, menos que esté abandonado aquí en la bahía y para constatar déjame revisar mi archivo, se pone a digitar en su ordenador, pasan los minutos.  En tanto que en este otro espacio donde todo transcurre en sombras, tú continúas bajando la escala de uno en uno, a cada paso que das sientes que el cuerpo se te enfría de manera progresiva, tus movimientos se hacen torpes.  El vaivén del buque se actualiza en tus sentidos, como realidad eterna e inmutable, el ruido líquido, vidrioso y espeso de abajo también.  El cuerpo de este imbécil ya no hace resistencia, sácalo tigre, dice la voz, el cuerpo resbala pesado al suelo.  El oficial de mar levanta la vista de la pantalla del ordenador, Como te dije, no existe ningún buque que se llame así.  Le miras antes de responder, Sí hay jefe, hace tiempo que está allí abandonado, venga usted para que lo vea.  Salen a la terraza de la Capitanía, la mar está despejada y bellamente celeste.
Tu padrino de pila, de acuerdo no diré más, pero fue él, el que vino en tu ayuda y te consiguió la chamba de guardián en el buque.  El cambio de ambiente, el mar te sirvió; se sosegó tu mal, tu infierno se replegó.  El oficial de mar regresa a tu lado en la terraza, trae sus binoculares y tú le indicas, Mire para punta lobos jefe, él sigue la dirección de tu brazo, Treinta grados a estribor del faro, le indicas.  Le agarraste cariño al trabajo, quizá por lo tranquilo, sólo dos hombres para la mole de acero, un paraíso para ti.  Todo fue yendo bien, tomabas tus medicamentos puntualmente, hasta dejaste de ir al siquiatra, que lo único que hacía cuando ibas a verlo era mirarte y decir, Lo veo bien, no deje de tomar las medicinas y te palmeaba la espalda.  El oficial de mar observa atentamente hacia donde le has señalado y sin dejar de mirar dice, No veo nada ahí, Cómo que nada jefe, si yo lo estoy viendo.  El oficial de mar deja de mirar con su artificio y contempla al lanchero, que se siente incómodo y amedrentado por la pulcritud del uniforme blanco del marino.  Haciendo un esfuerzo se vuelve a atrever a decir, Seguro ha mirado para otro lado, el marino se incomoda, Cómo que para otro lado, acaso no has dicho a estribor del faro a treinta grados, Sí pues jefe, ahí mismo está el Domingo 7 y lo estoy mirando en este momento.  El día es claro y limpio con una mar celeste, que deja ver todo; el oficial se frota los ojos y vuelve a enfocar su instrumento.  Después de un silencio respetuoso, el patrón le pregunta, Lo vio, el marino le va a responder colérico, y en el momento que resuena el último eco de la pregunta del patrón, una forma vaporosa empieza a emerger de las bruñidas aguas, efectivamente ahí, frente a sus ojos hay un buque tanque, Sí, lo estoy viendo, fue cuanto se atrevió a decir en medio de su desconcierto.
Efectivamente como ya se dijo, ese infierno interior sólo se replegó, una noche en que ya te quedabas solo volvió, despertaste sobresaltado y viste aquel rostro que te miraba desde la oscuridad.  Cogiste la linterna que siempre sabes tener a tu lado y enfocaste el ojo de luz para donde el rostro está, no lo ubicas, en su reemplazo en el suelo hay un cuerpo, te acercas y le miras el rostro, ves la sangre que se le escapa por la boca.  Recién allí pudiste recordar quién era ese pobre infeliz, aunque algo en ti se negaba a aceptarlo, pero ahí estaba el muchacho en su vómito de sangre, tan igual que en aquella vez; tanto golpe que le dieron le reventaron los pulmones.  Recuerdas la de patadas que le diste, los golpes con la culata del fusil que los otros le daban.  Todo por la rabia que no les dijera nada.  Desde aquella noche del muchacho, las alucinaciones te regresaron con fuerza.  El oficial de mar, después de pensarlo un instante te dice, Vuelve a las dos de la tarde, voy a consultar con el Capitán que está a cargo de la Capitanía.
Sigues bajando, por tu muslo trepa ese frío interior, abajo al fondo de este pique el mar negro, intuyes que se abre como una boca para recibirte.  La escala por la que bajas se hunde en el mar negro y espeso, donde deberás responder por todo lo que has hecho.
A la mañana siguiente en tu lancha va el oficial de mar con dos grumetes, llegan al buque, los grumetes trepan por el cadenaje y después de mucho esfuerzo logran subir, sueltan la escala de gato.  Subo detrás del oficial de mar, te buscamos un montón, para recién después de mucho rato encontrarte flotando en el agua estancada de la sentina de la sala de máquinas.  Ninguno de los presentes nos supimos explicar cómo llegaste ahí.