Creerás que
no me doy cuenta de lo que estás haciendo. Sin embargo cerrando la puerta miro
por la rendija todo lo que haces. No sé cómo apareciste. Ya cuando te acercabas
como gato cazando ratones me fijé y creí que eras extraño. Entonces caminabas
despacio casi sin tocar el suelo mirando desesperado tu rededor y creo hasta
temblando al ver tu sombra en esta noche en que la luna busca rincones en la
tierra. Te paraste un rato a la sombra del kiswar para luego llegar a la tapia
que da al primer corral y perderte tras la pared. En eso cerré la puerta para
verte por la rendija sin riesgo de que me vieras. Pero mientras subías y
bajabas la cabeza con tus ojos que se abrían como de sapo me puse a trancar la
puerta. Entonces ya habías pasado el cerco y estabas allí desde donde me buscas
mientras yo te miro desde aquí donde vivo ya de tiempo. Desde que murieron mis
padres. Sigues buscándome y no me encuentras. Miras la puerta y no me ves.
Parece que tus ojos de tanto abrirlos ya no caben en este agujero. Todavía no comprendo
qué es lo que quieres hacer. Sólo malicio que algo sucederá porque si vinieras
con buenas intenciones ya hubieras llamado desde hace rato por mi nombre
pidiendo que ataje mis perros antes que ladren. Es sabido que tengo tres perros
bravos. Pero lo raro es que ni te huelen. Parece que te conocieran desde mucho
antes o no estarán aquí. Ni puedo llamarlos porque estás ahí buscándome. Todo
esto me huele mal. De seguro vienes mandado por alguien. También fue un
desconocido el que mató a mi padre al tercer día de que se negara a entregar
esta única chacra que poseemos a las autoridades para la cárcel pública. Mi
padre nunca se conformaba con las pequeñas cosas que soltaban las autoridades a
favor de la gente pobre aunque no supiera leer. Era un hombre rabioso como todo
hombre de chacra. Siempre salía a la cabeza de la comunidad reclamando gritando
ajeando a los principales y cuando de peones les exigían que trabajasen las
diez o doce horas decía: ¡Carajo! Ni que
fuéramos comprados. Que ponga su dinero en la esquina de su chacra a ver si
trabaja. Nosotros trabajamos no porque respetamos sino porque necesitamos para
mantenernos. Y prefería quedarse con nosotros. Pero esa mañana había salido
por agua hacia la acequia y no volvió hasta entrada la noche. Ya cuando la luna
empezaba a clarear llegó de un tirón al patio y se quedó ahí sin poder siquiera
mover un dedo. Entonces al siguiente día he ido arrastrándome hasta el pueblo
para dar aviso sobre la muerte de Marcelino Medina y más tarde cuando todavía
reclamamos sobre su muerte las autoridades dijeron que mi padre había muerto
con dolor de estómago y se negaron a decirnos más explicaciones. Desde entonces
vivo solamente de caridades esperando
morirme en esta casa mientras ellos también esperan que se olvide la gente todo
lo que han hecho con los hijos de Marcelino Medina desde cuando éramos
muchachos en la escuela. Todo lo han hecho pensando humillarnos desde muchachos
porque el hijo mayor no volvería más al pueblo así como se había ido y el menor
que era yo se iba a morir solo como animal desbarrancado. Pero ahora tal vez en
estos últimos tiempos ya sepan ellos de entero que mi padre ha dejado herencia
de rabia en el pueblo aunque a él lo hayan matado y por eso se demoran en
quitarnos esta única chacra que tenemos. Por eso también viendo así como vienes
pienso que eres el mismo asesino de mi padre y tengo miedo de que suceda igual
conmigo. Miro. Subes al corredor. Llegas a la puerta y compruebas que no está
con llave y te reconozco. ¡Dí! ¿Acaso no eres mi hermano? ¿Quién sino tú mi
hermano con quien crecí en este mismo lugar? ¿A quién sino a ti trataba de
reconocer cuando te perdiste hasta en las chacras en los caminos lejos del
pueblo? ¿Quién más sino tú cuando papá ordenaba quemar los gigantones para que
comieran las vacas durante la sequía que acosaba el pueblo quemaste el delantal
de tu camisa porque te acorraló las llamas? ¡Di! Yo te reconozco. Eres el
desvergonzado de mi hermano mayor. El que nos dejó sin compasión en medio de la
miseria y con esta parálisis comiéndome día a día al perderte de noche a la
mañana y así nomás siguiendo a una mujer preñada ya en tiempo en que paren las
perras sin que sea tu hijo el que llevaba dentro. Ahora que vuelves después de
años ¿acaso no recuerdas que nuestro padre nos azotaba siempre el día en que
nos encontró tirados de panza en el suelo y mirando el disparate de la tía
Matiasa que se le veía de entre sus piernas cuando ordeñaba vacas; y nosotros
juntos llorábamos mirando hacia la banda porque decías que era mejor compartir
las penas y de este potrero que papá compró y que era nuestro? Aquí cantábamos
y decías: Cuando grandes tenemos que
hacernos respetar aunque nos maten. Y yo: ¿Con rabia como los bravos de Yawrilla que entran en la corrida del
veintiocho? Y tú: Poniéndonos más
bravos y más fuertes que el toro
crespón de don Salomón Waranqa nos haremos respetar. Eso decías. Por eso
cuando te perdiste nos conformamos pensando que te habías ido solo y a hacer
algo por nosotros dos porque esas fechas nuestro padre ya no trabajaba como
antes y yo estaba ya enfermo. Pero al enterarnos de la verdad sólo maldecíamos
a esa hija del mal que nos había hecho perder la inocencia viniendo primero a
mi cama y después a la tuya sin que nos diéramos cuenta. ¿Te acuerdas? Pero tú
fuiste malo. Te largaste sin decirnos siquiera adiós. Desde entonces nosotros
dos exigidos día tras día a desocupar el terreno. Ellos: Necesitamos el terreno para empezar a construir el local. El terreno es
del Estado y de nadie más. Por encima de todo está el interés común. No
queremos para nosotros, sino por el progreso de nuestro pueblo. Y papá
afirmando: Tengo derecho a desocupar un
retazo de lugar. También soy peruano. Esperaré a que me saquen muerto.
Hasta que así lo hicieron. Ahora empujas la puerta. Compruebas que está
asegurada por dentro y retrocedes. Yo quiero abrirte la puerta y abrazarte
cuando muchachos. Pero no. Sé que vienes con tus malas mañas siendo mi hermano
mayor. Lo único que quieres hacer es limpiar este terreno de la basura que soy
para así entregarlo a los asesinos de tu propio padre. Vuelves hacia la puerta.
Vienes corriendo como si te sobrara fuerzas y empujas poniéndote de costado.
Ahora sí comprendo lo que quieres hacer conmigo. No hagas estas cosas.
Cometerías un pecado muy grave. Te irías al infierno como dicen. Somos hermanos
de padre y madre y eso debería alegrarte ahora que vuelves después de años a
nuestra casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario