LOS HIJOS DE MARCELINO MEDINA

Creerás que no me doy cuenta de lo que estás haciendo. Sin embargo cerrando la puerta miro por la rendija todo lo que haces. No sé cómo apareciste. Ya cuando te acercabas como gato cazando ratones me fijé y creí que eras extraño. Entonces caminabas despacio casi sin tocar el suelo mirando desesperado tu rededor y creo hasta temblando al ver tu sombra en esta noche en que la luna busca rincones en la tierra. Te paraste un rato a la sombra del kiswar para luego llegar a la tapia que da al primer corral y perderte tras la pared. En eso cerré la puerta para verte por la rendija sin riesgo de que me vieras. Pero mientras subías y bajabas la cabeza con tus ojos que se abrían como de sapo me puse a trancar la puerta. Entonces ya habías pasado el cerco y estabas allí desde donde me buscas mientras yo te miro desde aquí donde vivo ya de tiempo. Desde que murieron mis padres. Sigues buscándome y no me encuentras. Miras la puerta y no me ves. Parece que tus ojos de tanto abrirlos ya no caben en este agujero. Todavía no comprendo qué es lo que quieres hacer. Sólo malicio que algo sucederá porque si vinieras con buenas intenciones ya hubieras llamado desde hace rato por mi nombre pidiendo que ataje mis perros antes que ladren. Es sabido que tengo tres perros bravos. Pero lo raro es que ni te huelen. Parece que te conocieran desde mucho antes o no estarán aquí. Ni puedo llamarlos porque estás ahí buscándome. Todo esto me huele mal. De seguro vienes mandado por alguien. También fue un desconocido el que mató a mi padre al tercer día de que se negara a entregar esta única chacra que poseemos a las autoridades para la cárcel pública. Mi padre nunca se conformaba con las pequeñas cosas que soltaban las autoridades a favor de la gente pobre aunque no supiera leer. Era un hombre rabioso como todo hombre de chacra. Siempre salía a la cabeza de la comunidad reclamando gritando ajeando a los principales y cuando de peones les exigían que trabajasen las diez o doce horas decía: ¡Carajo! Ni que fuéramos comprados. Que ponga su dinero en la esquina de su chacra a ver si trabaja. Nosotros trabajamos no porque respetamos sino porque necesitamos para mantenernos. Y prefería quedarse con nosotros. Pero esa mañana había salido por agua hacia la acequia y no volvió hasta entrada la noche. Ya cuando la luna empezaba a clarear llegó de un tirón al patio y se quedó ahí sin poder siquiera mover un dedo. Entonces al siguiente día he ido arrastrándome hasta el pueblo para dar aviso sobre la muerte de Marcelino Medina y más tarde cuando todavía reclamamos sobre su muerte las autoridades dijeron que mi padre había muerto con dolor de estómago y se negaron a decirnos más explicaciones. Desde entonces vivo solamente  de caridades esperando morirme en esta casa mientras ellos también esperan que se olvide la gente todo lo que han hecho con los hijos de Marcelino Medina desde cuando éramos muchachos en la escuela. Todo lo han hecho pensando humillarnos desde muchachos porque el hijo mayor no volvería más al pueblo así como se había ido y el menor que era yo se iba a morir solo como animal desbarrancado. Pero ahora tal vez en estos últimos tiempos ya sepan ellos de entero que mi padre ha dejado herencia de rabia en el pueblo aunque a él lo hayan matado y por eso se demoran en quitarnos esta única chacra que tenemos. Por eso también viendo así como vienes pienso que eres el mismo asesino de mi padre y tengo miedo de que suceda igual conmigo. Miro. Subes al corredor. Llegas a la puerta y compruebas que no está con llave y te reconozco. ¡Dí! ¿Acaso no eres mi hermano? ¿Quién sino tú mi hermano con quien crecí en este mismo lugar? ¿A quién sino a ti trataba de reconocer cuando te perdiste hasta en las chacras en los caminos lejos del pueblo? ¿Quién más sino tú cuando papá ordenaba quemar los gigantones para que comieran las vacas durante la sequía que acosaba el pueblo quemaste el delantal de tu camisa porque te acorraló las llamas? ¡Di! Yo te reconozco. Eres el desvergonzado de mi hermano mayor. El que nos dejó sin compasión en medio de la miseria y con esta parálisis comiéndome día a día al perderte de noche a la mañana y así nomás siguiendo a una mujer preñada ya en tiempo en que paren las perras sin que sea tu hijo el que llevaba dentro. Ahora que vuelves después de años ¿acaso no recuerdas que nuestro padre nos azotaba siempre el día en que nos encontró tirados de panza en el suelo y mirando el disparate de la tía Matiasa que se le veía de entre sus piernas cuando ordeñaba vacas; y nosotros juntos llorábamos mirando hacia la banda porque decías que era mejor compartir las penas y de este potrero que papá compró y que era nuestro? Aquí cantábamos y decías: Cuando grandes tenemos que hacernos respetar aunque nos maten. Y yo: ¿Con rabia como los bravos de Yawrilla que entran en la corrida del veintiocho? Y tú: Poniéndonos más bravos y más fuertes           que el toro crespón de don Salomón Waranqa nos haremos respetar. Eso decías. Por eso cuando te perdiste nos conformamos pensando que te habías ido solo y a hacer algo por nosotros dos porque esas fechas nuestro padre ya no trabajaba como antes y yo estaba ya enfermo. Pero al enterarnos de la verdad sólo maldecíamos a esa hija del mal que nos había hecho perder la inocencia viniendo primero a mi cama y después a la tuya sin que nos diéramos cuenta. ¿Te acuerdas? Pero tú fuiste malo. Te largaste sin decirnos siquiera adiós. Desde entonces nosotros dos exigidos día tras día a desocupar el terreno. Ellos: Necesitamos el terreno para empezar a construir el local. El terreno es del Estado y de nadie más. Por encima de todo está el interés común. No queremos para nosotros, sino por el progreso de nuestro pueblo. Y papá afirmando: Tengo derecho a desocupar un retazo de lugar. También soy peruano. Esperaré a que me saquen muerto. Hasta que así lo hicieron. Ahora empujas la puerta. Compruebas que está asegurada por dentro y retrocedes. Yo quiero abrirte la puerta y abrazarte cuando muchachos. Pero no. Sé que vienes con tus malas mañas siendo mi hermano mayor. Lo único que quieres hacer es limpiar este terreno de la basura que soy para así entregarlo a los asesinos de tu propio padre. Vuelves hacia la puerta. Vienes corriendo como si te sobrara fuerzas y empujas poniéndote de costado. Ahora sí comprendo lo que quieres hacer conmigo. No hagas estas cosas. Cometerías un pecado muy grave. Te irías al infierno como dicen. Somos hermanos de padre y madre y eso debería alegrarte ahora que vuelves después de años a nuestra casa.

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