OFENSIVA


Manuel Marcazzolo


Como estaba atento, vio a través del espejo de mano que había sacado por entre los barrotes, cuando el último grupo de patio del tercer piso subía por la escalera, eso quiere decir que nos toca patio a nosotros, pensó.  Con impaciencia vigilo a través de mi espejo que baje el alcaide, para que empiece a abrir las celdas. Esa sensación conocida de fastidio empieza a hacer presa en él, tiene la impresión, tonta por supuesto, que el tiempo se ha detenido y no avanza. 
El ruido de la llave, el candado, la aldaba de metal al ser descorrido, los pasos y el ruido del manojo de llaves, por último la voz del alcaide. Que se preparen las cuatro primeras celdas, para que salgan al patio, y fue abriendo cada una de las celdas. Ni bien se abren las celdas los que están dentro salen presurosos, no desean perder ni un segundo del poco tiempo de patio que tienen.  Cuando el policía llega a la última de las cuatro primeras celdas que están saliendo, la voz de Pascual lo llama, Alcaide, un momentito por favor, nuestra celda es la sexta.  Ah, el delegado, dice el policía parándose frente a nuestra celda, Pascual también está de pie, pero del otro lado, Buenas tardes, quisiera que abra esta puerta, para hablar con los muchachos y ver si podemos salir todos, el alcaide lo queda mirando y luego sonríe, Está bien, Pascual, espero que nos entendamos, dice mientras va abriendo nuestra puerta. 
El alcaide se marcha, Pascual sale, Raúl se termina de cambiar rápido para salir a jugar su fulbito, yo cojo el lavatorio con la ropa que he lavado y salgo con dirección al patio para tender mi ropa. En la pequeña cancha de deportes, los muchachos ya están jugando, corren ágiles tras la pelota, me pongo a tender la ropa y como no es mucha termino rápido.  Intento ponerme a ver el juego, me ubico entre Andrés y Darío,  estamos entretenidos viendo con qué ardor juegan los muchachos, así que me sorprende que Andrés me hable, Siempre estoy atento cuando ustedes se ponen a conversar en la celda y hablan sobre las cosas que han pasado en la calle.  Como su conversación me coge de sorpresa lo quedo mirando y después de un momento le digo, Es una forma de hacer llevadero el paso del tiempo, él no me contesta y se está simplemente viendo el juego.  Después de un instante y sin voltear a mirarme dice, También yo tengo unas historias para contar, Darío aparentemente no presta atención a lo que hablamos y alienta a los que juegan.  Qué bien, y qué estás esperando para contar, le digo, él se anima, Claro, dice y cuando ya va a empezar, Darío se arrima un poco más a mi lado, De esto hace muchos años, empieza diciendo y yo lo interrumpo, Olvídate del hace muchos años y cuenta en forma directa la historia, él intenta justificarse antes de continuar.  En el campo de juego se suscita un incidente que a todos los que estamos viendo nos causa gracia, Darío a mi costado izquierdo sin poder contenerse grita, Qué tal huacha, párate, zonzo, a mi otro costado Andrés me dice, Voy a omitir los nombres verdaderos, Claro, eso de cajón, le respondo. 
Cuando llegué a comprender que algo extraño ocurría, el primer hombre terminaba de cruzar la pista a la carrera, dejé el vaso que iba a lavar en el balde con agua, palabra que no vi que el que cruzó a la carrera llevase un arma en la mano. Lo que sí reconozco es que cuando llegó al otro lado de la pista, efectivamente tenía un arma en la mano.
Lo primero que vio al llegar al otro lado de la avenida, es que dos de sus compañeros reducían al encargado de seguridad de la puerta principal de la Mutual, los otros dos que llegaban por un costado ingresaron sin detenerse.  Fue cuando de adentro de la Mutual, un policía salió disparando, no me quedó otra que disparar, varios fueron los tiros, más de tres creo.  Luego el policía se tumbó en el suelo y ya no le presté atención. 
De un vistazo veo en mi reloj que ya han pasado quince minutos de los treinta que nos corresponden en el patio, como por acto reflejo Darío pregunta, Qué hora es, lo miras una fracción antes de responderle, Dos con veinte, y sin dejarlo siquiera volver a preguntar agregas, Faltan quince para que nos quedemos sin luz del sol, ninguno agrega algo más a lo último que dijiste.  Uno de los compañeros que cumple tarea de vigilancia se acerca, Estamos jugando con el alcaide, si desean pueden quedarse en el patio, una leve sonrisa alegra nuestros labios, nuestro compañero continúa diciéndonos, Pero eviten estar subiendo o bajando innecesariamente por la escalera, el tombo está jugando solo, nada con su oficial, nosotros movimos la cabeza afirmativamente; Y no olviden de informar de cualquier cosa rara que vean, nosotros vamos a estar en la escalera, ¿alguna duda?, termina diciéndonos, No, todo está claro, respondemos al unísono. 
Los que neutralizaron al agente de seguridad, no se detienen a mirar al caído, con movimientos rápidos ingresan a la mutual. 
Cinco fueron los que participaron en la acción, todos jóvenes, ninguno pasaba de los veinte años, y para mejor información, uno de ellos era mujer.  Casualmente ella fue una de las que redujo al encargado de seguridad de la Mutual, Adela, así la conocían todos y cuando no estaba en esto, vendía verduras en un puesto de los tantos mercados de la ciudad.  El que participó directamente con ella en la reducción y que en este momento le cubre la espalda, es obrero de construcción civil, estate atento Aldo, le grita su adrenalina. Los que ingresaron primero a la Mutual y que fueron los que enfrentaron al policía que estaba dentro, y por coincidencia ambos vendedores de golosinas en las calles de la ciudad.  A uno se le conoce como Royer, el otro es Tomás.  El último que cruzó a la carrera la pista y se quedó fuera de la Mutual, y era el designado a responder por la seguridad de sus compañeros que estaban adentro, le llaman Marcos y estudia en la facultad de medicina. 
Se acaba el tiempo de juego, prestos otros equipos ingresan a la cancha, Caminemos un poco, les digo a mis compañeros.  Bueno, responden.  Es bien raro ver el patio tan concurrido, Tanta algarabía en los rostros de los que estamos aquí, pequeños grupos que caminan y conversan entre ellos.
No vayan a creer que la confiscación a la Mutual duró mucho, decir que fueron más de quince minutos sería tamaña exageración.  Aparte del intercambio de disparos con el costo conocido, los que irrumpieron dentro de la Mutual causaron tal conmoción.
-¡Que nadie se mueva!, somos de la guerrilla y estamos confiscando el dinero de esta Mutual –irrumpió Royer. 
-¡Todos al piso! –bramó Tomás. 
Tremendo desbarajuste que armaron, gritos, llantos, súplicas; nos van a matar, gritaron por ahí, y al final la gente obedeció.  Cuando se estaba en todo esto, ingresó Adela, los dos varones saltaron por encima de la mesa de atención.  Entreguen todo, amenazaron con sus armas a los tres cajeros.  Adela atenta observaba todo y a manera de sosegar el barullo dice, Mantengan la calma que nos les va a suceder nada.  Después  que los cajeros entregaron todo lo que tenían, arremetieron contra la puerta de la administración, el hombre sentado tras el escritorio los mira, el miedo lo domina.  Ellos aprovechan esto y lo presionan. 
-No te muevas y menos intentes hacer nada, sabemos quién eres y dónde vives, quiénes son tus  familiares y todo lo corrupto que eres, y que gustas acosar a las mujeres que trabajan aquí, entonces comprenderás que no tendremos remordimientos de meterte un tiro en la panza ésa que tienes.  ¿Abres la bóveda o no? –martillas el arma.
Se ha alegrado el ambiente aquí en el patio, va a empezar el tercer partido y nosotros hemos dejado de caminar, tratamos de aprovechar al máximo el poco de sol que aún alumbra en nuestro patio, este espacio rectangular de mil quinientos metros cuadrados y amurallado de altas paredes. Los compañeros de seguridad pasan comunicando que se debe ir subiendo.
-¡Por favor no me maten! –suplica el administrador.  
-Tú abre la bóveda nomás –dice Tomás.
-Apúrate y deja de lloriquear –Royer lo coge del cuello echándole su brazo izquierdo y su mano derecha lo amenaza con la pistola-. ¿O quieres hacer tiempo para que llegue la policía y nos coja?
-¡No, no, ya les abro.
En el patio casi no queda nadie, sólo los que juegan el último partido, de las ventanas del segundo piso nos hacen señas para que subamos. 
Afuera en la calle, el tráfico ha sido interrumpido y alguien comenta, Parece que la acción de la guerrilla es de envergadura. 
Ahora vamos subiendo la escalera, contentos de la buena caminata y del poco más de sol que hemos tomado.