3 nov 2015

José Gabriel Condorcanqui. Tupaq Amaru II



El Inca Tupaq Amaru cuyo nombre proviene del quechua: tupaq (resplandeciente) y amaru (serpiente) asumió su dignidad imperial en 1570, luego de la muerte de su hermanastro Titu Cusi Yupanqui. Los incas pensaron que había muerto envenenado por unos misioneros y los asesinaron. Mientras esto sucedía, iba en camino un negociador diplomático que el virrey Francisco de Toledo había enviado a esas tierras para hacer las paces. Su nombre era Atiliano de Anaya. A este señor lo tomaron como un espía y también fue asesinado. El virrey entonces declaró la guerra a los pueblos incas en la semana santa de 1572 y se propuso acabar con el reducto de Vilcabamba porque los incas habían roto la inviolable ley de todas las naciones del mundo: el respeto a los embajadores.
En vista de ello, el Inca Tupaq Amaru preparó el ejército, cerró las fronteras y destruyó el puente de Chuquichaca. Después de varios enfrentamientos el ejército de Tupaq fue vencido y capturaron al Inca junto a otros miembros de su familia. Los trasladaron al Cusco llevando consigo algunos objetos sagrados que luego destruyeron: las momias de Manco Inca y Tito Cusi y una estatua de oro de Punchao, la más preciada reliquia del linaje Inca que contenía los corazones de los Incas fallecidos.
De inmediato le abrieron juicio a Tupaq por la muerte de los sacerdotes agustinos y por el asesinato del negociador Anaya y el escribano Martín de Pando. El Inca fue declarado culpable y condenado a muerte junto con cinco de sus acompañantes.
Los vecinos principales del Cusco, los miembros del clero y de las órdenes religiosas de rodillas suplicaron y trataron de hacer cambiar la decisión al virrey, pero no consiguieron nada. Algunos historiadores señalan que cuando Toledo dejó su cargo y regresó a España el rey Felipe II lo recibió con estas palabras: Podéis iros a vuestra casa, porque yo os envié a servir reyes, no a matarlos.
Tupaq Amaru fue decapitado el 24 de septiembre de 1572. Subió al patíbulo acompañado del Obispo del Cusco. Cuentan las crónicas que mientras subía una multitud de indios, entre diez y quince mil, llenaron completamente la plaza. Sabían que su Señor iba a morir y ensordecieron el cielo con sus llantos y lamentos. El Inca levantó su mano para silenciarlos diciendo sus últimas palabras: Collanam Pachacamac ricuy auccacunac yahuarniy hichascancuta…Madre Tierra atestigua cómo mis enemigos derraman mi sangre.
Se le hicieron grandes pompas fúnebres, asistiendo el virrey de riguroso luto. Lo enterraron en la Catedral, pero al tiempo, viendo los españoles que el pueblo idolatraba los restos, los enterraron en un lugar secreto. Con él se extinguía la dinastía real ya que Tupaq no dejó descendientes varones. Sin embargo, dejó dos hijas. Una de ellas, Juana Pilcohuaco se casó con Diego Condorcanqui, Curaca de Surimana, Pampamarca y Tungasuca. Un bisnieto de este matrimonio fue José Gabriel Condorcanqui que tomó el nombre de su noble tatarabuelo y fue conocido como Tupaq Amaru II.
Nació el noble José Gabriel el 19 de marzo de 1740. Asistió a un colegio para Caciques con derecho a sucesión, donde aprendió a leer, a escribir y se instruyó en la doctrina cristiana. Hasta los doce años fue formado por el padre Rodríguez, oriundo de Panamá y por el sacerdote criollo Antonio López de Sosa. La educación impartida por estos sacerdotes surtió efecto en el joven quien habría de mantener su religiosidad y curiosidad intelectual a lo largo de toda su vida. Y a su vez los curas, impresionados por la inteligencia del muchacho decidieron mantenerse a su lado. Luego pasó al Colegio San Francisco de Borja. Dominaba el latín, el runasimi (quechua) y el español.


 En una Biografía de Tupac Amaru  el historiador Carlos Daniel Valcárcel nos muestra una descripción del Inca: Era hombre más bien alto, robusto, muy blanco para indio y muy oscuro para español. De nariz aguileña. De ojos grandes, vivos y negros, mayores que los de los hombres kechuas. En sus maneras era cortés y educado, aunque presto al rechazo de los impertinentes. Las autoridades lo acusaron siempre de ser un hombre orgulloso e incapaz de sufrir sus justas reprimendas. Por lo común, cuando estaba en el Cusco vestía como un elegante señor de la época. Habitualmente vestía chaleco, pantalón corto de terciopelo negro, medias de seda a la rodilla y zapatos con hebillas de oro; un sombrero español de castor y una chaqueta de brocado dorado, prendas bastante costosas, accesibles solo a los ricos. Sobre los hombros echaba un tradicional hunco, túnica de lana en la cual tenía bordado con hilo dorado el escudo de los lejanos antepasados. Su largo cabello caía con esmerado cuidado sobre las espaldas: rasgo distintivo de la aristocracia india. A los veinte años se casó con quien sería el amor de su vida, Micaela Bastidas Puyucawa, con quien tuvo tres hijos: Hipólito, que fue asesinado en el cadalso, Mariano que fue desterrado y murió en la travesía y Fernando, desterrado como su hermano y preso por lo que le quedara de vida. Así se cumplió la siniestra orden española de borrarlos de la faz del mundo y terminar para siempre con la dinastía incaica. Seis años después de su matrimonio José Gabriel fue nombrado Cacique de los territorios que le correspondían por herencia. Fijó su residencia en el Cusco desde donde viajaba constantemente para vigilar el buen funcionamiento de sus tierras.
Heredó el Cacicazgo de Pampamarca, Tungasuca y Surimana con una buena cantidad de mulas que dedicó al transporte de mercancías lo que le generó una excelente y rentable posición conjuntamente con sus negocios de minas y tierras. Este revolucionario peruano, descendiente del último Inca buscó durante mucho tiempo que se le reconociera su linaje real siguiendo un proceso judicial en la Audiencia de Lima para ser finalmente rechazado.  Adoptó el nombre de su ancestro como símbolo de rebeldía contra el abuso de los españoles. Se presentó como restaurador y legítimo heredero de la dinastía Inca. Se vistió como un noble Inca y comenzó a hacer uso de su lengua nativa en su vida diaria y para hacer sus proclamas. Con el pasar del tiempo fue excomulgado de la iglesia católica.
El gran prestigio de José Gabriel entre los mestizos y su gente nativa le permitió encabezar una rebelión contra los abusos de las autoridades españolas (mitas, obrajes, repartimientos y servicios). Al comienzo el movimiento revolucionario de Tupaq reconoció la autoridad de la corona española. El líder afirmó que su intención no era ir en contra del rey, sino en contra del mal gobierno de los corregidores. Luego  llegó a ser un verdadero movimiento independentista. Por ello Tupaq Amaru II es considerado el Precursor de la Independencia del Perú.
Tupaq presentó una petición formal para que los indios fueran liberados del trabajo obligatorio de las minas. Allí denunciaba los trabajos a los que eran sometidos. El escritor Felipe Pigna señala: Denunciaba los esfuerzos inhumanos a que eran sometidos, los largos y peligrosos caminos que debían andar para llegar hasta allí. Pedía también el fin de los obrajes, verdaderos campos de concentración donde se obligaba a hombres y mujeres, ancianos y niños a trabajar sin descanso.  Denunciaba particularmente el sistema de repartimientos, antecedente del bochornoso pago en especie. La Audiencia de Lima, compuesta mayoritariamente por encomenderos y mineros explotadores, ni siquiera se dignó a escuchar sus reclamos. La independencia propuesta por Tupaq no era sólo un cambio político, implicaba modificar el esquema social vigente en la América española. Su movimiento produjo una profunda conmoción en el Perú, grandes transformaciones internas y amplias resonancias americanas.
El 4 de noviembre de 1780 el corregidor Antonio de Arriaga, hombre muy odiado por los indios, fue detenido por Tupaq Amaru II con su autoridad de Cacique de tres pueblos y lo obligó a firmar una carta donde pedía a las autoridades dinero y armas. Le enviaron veintidós mil pesos, algunas barras d oro, mosquetes, pólvora, balas, uniformes y mulas. Envío que fue aprovechado por el ejército del Inca. El día 8 le comunicaron que fue sentenciado a la horca por sus excesos en los repartos mercantiles y sus abusos en las cobranzas. El 10 de noviembre, en la plaza de Tungasuca, donde había enviado al cadalso y torturado a tantos inocentes, bajo un
especial marco ceremonial, Arriaga fue ajusticiado. José Gabriel Condorcanqui expresó: Los Reyes de Castilla me han tenido usurpada la corona cerca e tres siglos, pensionándome los vasallos con insoportables gabelas, tributos, diezmos, quintos, virreyes, audiencias, corregidores y demás ministros: todos iguales en la tiranía; estropeando como a bestias a los naturales del reino. Por eso, ordenamos que ninguna de las personas dichas pague ni obedezca en cosa alguna a los ministros europeos intrusos. El escritor estadunidense Charles Walker en su libro Te Tupac Amaru Rebellion analiza estos sucesos y expresa: En 1780 empezó la más grande rebelión en la historia de la colonia española en América, descontando las guerras de independencia. Aquel 10 de noviembre, José Gabriel Condorcanqui, llamado también Tupac Amaru II, ajustició al corregidor Antonio de Arriaga. La máxima autoridad española  de la zona fue ahorcada en un patíbulo cuya soga fue jalada, entre otros, por su propio esclavo.
Por su parte, el Doctor en Historia, Antonio Zapata Velasco en un Coloquio titulado Las Independencias antes de la Independencia nos dice: Walker ha subrayado el comienzo mismo de la rebelión, cuando Tupac Amaru y Micaela ajustician al corregidor Arriaga. Después de un hecho de esa naturaleza no hay vuelta atrás. Si empiezas asumiendo el poder de ajusticiar a un importante funcionario real, ya no tienes perdón, o ganas, o mueres. Walker retrata una rebelión anticolonial que pretendía un renacimiento inca, aunque bien adaptado a las nuevas condiciones del siglo XVIII tardío: sobre todo a la fuerte presencia de criollos, mestizos y esclavos afroperuanos en el mapa social del Perú. El coloquio “las independencias antes de la Independencia” culminó hablando de Tupac Amaru. Su nombre trasciende la época de la emancipación y sus huellas se hallan hoy todavía.
La rebelión se extendió por veinticuatro provincias, desde el Cusco hasta las fronteras con Tucumán. Finalmente fue derrotada por el mismo sistema que usaron siempre los europeos en América: traición, engaño, represión y exterminio. El Inca fue apresado gracias a la traición de su compadre Francisco Santa Cruz y lo trasladaron al Cusco encadenado y montado en una mula. Cuentan que ingresó a la ciudad con semblante sereno mientras las campanas de la Catedral repicaban celebrando su captura. Lo llevaron al convento de la Compañía de Jesús donde fue cruelmente interrogado y torturado. Desde allí Tupaq trató de enviar mensajes escritos con su propia sangre. Le ataron las muñecas a los pies y en la atadura que cruzaba los ligamentos fue colgada una barra de hierro de cien libras, izando su cuerpo a dos metros del suelo causándole el dislocamiento de uno de sus brazos. Jamás delató a nadie. Un día el visitador José Antonio de Areche entró al calabozo para exigirle, a cambio de promesas, los nombres de los cómplices de la rebelión. El Inca respondió: Nosotros dos somos los únicos conspiradores. Vuestra merced por haber agobiado a mi gente con exacciones insoportables y yo por haber querido libertar al pueblo de semejante tiranía. Ambos merecemos la muerte. El hombre al salir le dijo al virrey: El Inca Tupac Amaru es un espíritu y naturaleza muy robusta y de una serenidad imponderable.
El 17 de mayo de 1781 fue condenado a muerte con toda su familia; la sentencia recomendaba que fuera exterminada toda su descendencia hasta el cuarto grado de parentesco. La condena redactada por el Visitador Areche quiso aniquilar todo vestigio de la cultura incaica: se prohíben y quitan las trompetas o clarines que usan los indios en sus funciones, y son unos caracoles marinos de un sonido extraño y lúgubre, y lamentable memoria que hacen de su antigüedad; y también el que usen y traigan vestidos negros en señal de luto, que arrastran en algunas provincias, como recuerdos de sus difuntos monarcas, y del día o tiempo de la conquista, que ellos tienen por fatal, y nosotros por feliz, pues se unieron al gremio de la Iglesia católica, y a la amabilísima y dulcísima dominación de nuestros reyes. Y para que estos indios se despeguen del odio que han concebido contra los españoles, y sigan los trajes que les señalan las leyes, se vistan de nuestras costumbres españolas, y hablen la lengua castellana.
Al día siguiente, en acto público en la plaza del Cusco, se cumplió la ejecución de Tupaq II, su familia y algunos de sus seguidores. Fueron sacados de sus calabozos y metidos en zurrones y arrastrados por caballos los llevaron a la plaza. Al pie del cadalso José Gabriel fue obligado, tal y como señalaba la sentencia, a presenciar la tortura y el asesinato de su esposa, sus hijos, su tío y sus aliados.
Así describieron los asesinos  la muerte de la familia de Tupaq Amaru según Carlos Daniel Valcárcel: El viernes 18 de mayo de 1781, después de haber cercado la plaza con las milicias de esta ciudad del Cuzco salieron de la Compañía nueve sujetos que fueron: José Verdejo, Andrés Castelo, un zambo, Antonio Oblitas (el que ahorcó al general Arriaga), Antonio Bastidas, Francisco Túpac Amaru; Tomasa Condemaita, cacica de Arcos; Hipólito Túpac Amaru, hijo del traidor; Micaela Bastidas, su mujer, y el insurgente, José Gabriel. Todos salieron a un tiempo, uno tras otro. Venían con grillos y esposas, metidos en unos zurrones, de estos en que se trae la yerba del Paraguay, y arrastrados a la cola de un caballo aparejado. Acompañados de los sacerdotes que los auxiliaban, y custodiados de la correspondiente guardia, llegaron al pie de la horca, y se les dieron por medio de dos verdugos, las siguientes muertes: A Verdejo, Castelo, al zambo y a Bastidas se les ahorcó llanamente. A Francisco Túpac Amaru, tío del insurgente, y a su hijo Hipólito, se le cortó la lengua antes de arrojarlos de la escalera de la horca. A la india Condemaita se le dio garrote en un tabladillo con un torno de fierro. Habiendo el indio y su mujer visto con sus ojos ejecutar estos suplicios hasta en su hijo Hipólito, que fue el último que subió a la horca. Luego subió la india Micaela al tablado, donde asimismo en presencia del marido se le cortó la lengua y se le dio garrote, en que padeció infinito, porque, teniendo el pescuezo muy delgado, no podía el torno ahogarla, y fue menester que los verdugos, echándole lazos al cuello, tirando de una a otra parte, y dándole patadas en el estómago y pechos, la acabasen de matar. Cerró la función el rebelde José Gabriel, a quien se le sacó a media plaza: allí le cortó la lengua el verdugo, y despojado de los grillos y esposas, lo pusieron en el suelo. Le ataron las manos y pies a cuatro lazos, y asidos éstos a las cinchas de cuatro caballos, tiraban cuatro mestizos a cuatro distintas partes: espectáculo que jamás se ha visto en esta ciudad. No sé si porque los caballos no fuesen muy fuertes, o porque el indio en realidad fuese de hierro, no pudieron absolutamente dividirlo después que por un largo rato lo estuvieron tironeando, de modo que lo tenían en el aire en un estado que parecía una araña. Tanto que el Visitador, para que no padeciese más aquel infeliz, despachó de la Compañía una orden mandando le cortase el verdugo la cabeza, como se ejecutó. Después se condujo el cuerpo debajo de la horca, donde se le sacaron los brazos y pies. Esto mismo se ejecutó con las mujeres, y a los demás les sacaron las cabezas para dirigirlas a diversos pueblos. Los cuerpos del indio y su mujer se llevaron a Picchu, donde estaba formada una hoguera, en la que fueron arrojados y reducidos a cenizas que se arrojaron al aire y al riachuelo que allí corre. De este modo acabaron con José Gabriel Túpac Amaru y Micaela Bastidas, cuya soberbia y arrogancia llegó a tanto que se nominaron reyes del Perú, Quito, Tucumán y otras partes.
Del mismo modo señala que en ese momento el pequeño Fernando Tupaq Amaru de 10 años de edad, que fue obligado a presenciar el sacrificio de sus padres y hermanos, dio un grito tan lleno de miedo externo y angustia interior que por mucho tiempo quedaría en los oídos de aquellas gentes. A este pequeño lo desterraron a África con la orden de prisión perpetua. El navío que lo llevaba zozobró y terminó preso en las mazmorras de Cádiz.
Todos los cuerpos fueron mutilados y distribuidos en diferentes partes que  colocaron en picas en los pueblos donde había triunfado la revolución. Un documento español titulado Distribución de los cuerpos, o sus partes, de los nueve reos principales de la rebelión, ajusticiados en la plaza del Cuzco, el 18 de mayo de 1781 señala cómo los distribuyeron.
A pesar del asesinato de Tupaq y su familia el gobierno español no logró sofocar la rebelión que continuó acaudillada por Diego Cristóbal, primo de Tupaq. La escritora Pilar Roca en su libro Terror en los Andes. La Violencia como sistema en el Perú colonial afirma que los restos de Tupaq Amaru II están enterrados en la Iglesia de San Francisco, en el Cusco. Señala la escritora que los españoles temerosos de no poder controlar el frente interno y ante la amenaza de una invasión inglesa con el propósito de apoyar a los rebeldes, urdieron un complot para mediante un remedo de amnistía, combatir y liquidar a Diego Cristóbal y sus huestes. El plan contó con la complicidad del Obispo del Cusco, Juan Manuel Moscoso y Peralta quien se encargó de convencer al joven caudillo de la honestidad y buenas intenciones del Virrey Agustín de Jáuregui al ofrecerle la amnistía y el indulto general. Para lo cual y en prueba de buena voluntad el obispo permitió el entierro de Túpac Amaru en ceremonia pública y con los honores correspondientes a su investidura, acto que tuvo lugar bajo la conducción de Diego Cristóbal en el convento San Francisco del Cusco.
Para aseverar esta hipótesis, Pilar Roca se basa en el libro, publicado en 1943 de Francisco de Loayza, quien a su vez se apoya en el Legajo número 1044 del Archivo de Indias con el título La verdad desnuda o Las dos fases de un Obispo, escrito por alguien que usa el seudónimo de Un imparcial religioso. El libro cita textualmente: El 26 de agosto anterior se celebraron en dicho convento (San Francisco de esta ciudad) las honras más suntuosas por José Gabriel Condorcanqui, costeadas por Diego. Iluminóse la iglesia con más de dos mil luces, y se hicieron los oficios, casi con tanta magnificencia como si fueran las exequias de una persona real. Presúmese, prudentemente, que el guardián no se hubiera atrevido a practicar por sí, tales honras por un sujeto tan infame, que según las leyes, le es hasta su cuarta generación y, consiguientemente se cree que haya tenido precepto de su ilustrísima para ello.


Igualmente se señala que esa versión es corroborada por el historiador Carlos Daniel Valcárcel quien divulga la carta del visitador Areche al ministro Gálvez, en la que acusa al virrey Jáuregui, al mariscal Del Valle y al Obispo Moscoso, de debilidad por la autorización concedida con las siguientes palabras: por haber autorizado a Diego Cristóbal, inicuo hombre cargado de crímenes, para recoger los cuartos de José Gabriel, haciendo un entierro solemne con todas las cruces de la parroquia.
Diego Cristóbal cayó en el engaño y suscribió el Tratado de Lampa con los realistas firmando el Armisticio de Sicuani con el Obispo del Cusco para días después ser ejecutado.
Recordemos, para finalizar, las hermosas palabras del escritor uruguayo Eduardo Galeano: Han pasado dos siglos desde que el sable del verdugo partió el cuello de Túpac Amaru, el último de los Incas, en la Plaza Mayor del Cuzco. Se realiza ahora el mito que en aquel entonces nació de su muerte. La profecía se cumple: la cabeza se junta con el cuerpo y Túpac Amaru, renacido, ataca. José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, entra en el pueblo de Sangarara, al son de grandes caracoles marinos, para cortar el mal gobierno de tanto ladrón zángano que nos roba la miel de nuestros panales. Tras su caballo blanco, crece un ejército de desesperados. Pelean con hondas, palos y cuchillos estos soldados desnudos. Son, la mayoría, indios que rinden la vida en vómito de sangre en los socavones de Potosí o se extenúan en obrajes y haciendas. Truenos de tambores, nubes de banderas, cincuenta mil hombres coronando las sierras: avanza y arrasa Túpac Amaru, libertador de indios y negros, castigador de quienes nos han puesto en este estado de morir tan deplorable. Los mensajeros galopan sublevando poblaciones desde el valle del Cuzco hasta las costas de Arica y las fronteras del Tucumán, porque quienes caigan en esta guerra tienen seguridad de que renacerán después.

Gracias por tu lectura y recuerda: no se trata de ti, ni de mí, ni de tu pueblo, ni de mi pueblo. La historia de un hombre de América, es la historia de todos los americanos.

De la columna Algo para aprender
Maigualida Pérez González